lunes, 29 de agosto de 2016

'Antes del amanecer': el abordaje fortuito



En mecánica cuántica ya se contempla sin reparo la teoría de los multiversos, según la cual –dicho de forma grosera– el universo que conocemos se estaría ramificando ad infinitum en un abanico incalculable de universos paralelos, de realidades potenciales; casi como el futuro alternativo de Doc Brown y Marty McFly. Es decir: en este universo, Mariano Rajoy es el presidente del Gobierno, pero en otro se quedó en Santa Pola de registrador de la propiedad; en otro dejó a medias la oposición a registrador de la propiedad, al revelársele en un sueño místico su secreta vocación de poeta de la experiencia; etcétera.

En derecho marítimo existe una figura llamada abordaje fortuito, que determina los límites de una tragedia. Dícese de la colisión entre dos buques, motivada por una causa de fuerza mayor –una tempestad–, en cuyo caso cada parte deberá soportar sus propios daños.

En la plaza de este pueblo mediterráneo en que paso el mes de agosto, entre la soledad y mis asuntos (entre resacas absurdas con Ray-Ban y flotador de patito, preguntándome qué pijo estoy haciendo con mi vida, y escribir estos textos delirantes para CTXT que nadie en su sano juicio llamaría críticas cinematográficas), hubo el otro día una verbena...


domingo, 21 de agosto de 2016

'Brokeback Mountain': no hay amores malditos




No hay amores malditos

Hay podre   leyes   usos
error   espanto   astucia
impotencias   normas   mentira
angustia   doma   compraventa
cobardía y calamidad

No hay amores malditos

[Horacio Martín/Félix Grande]


No hay amores malditos: siendo el amor la Ley –la única–, cómo va a ser delito honrarlo. Cómo va a estar proscrita la única actividad que absuelve al ser humano de su infinita capacidad de maldad, de su talento infinito para la estupidez. Y sin embargo los hay, existen los amores malditos: porque, mucho más abajo de esa ley última, en este querido mundo nuestro están las leyes: los usos, los espantos, las angustias, las compraventas; las cobardías. En eso estamos, hace ya unos cuantos milenios. En eso suele consistir nuestro delirante paso por la Tierra. En hacer todos los juegos malabares posibles por prohibir la vida, unos, y por evitarla o disimularla o hacerle chantaje, otros. 


viernes, 19 de agosto de 2016

El temblor sonámbulo del niño Lorca




Miraba con los ojos atónitos de quien ve con la sangre. Veía; no con los ojos de la cara, sino con el ojo sonámbulo del río que corre, en la madrugada del mundo, dando de beber y de llorar a todo lo que existe. Era sonámbulo, de una forma inexplicable, alucinada: con un ojo en este mundo y el otro en el Otro Lado, pues quizás un verdadero artista no sea más que la manifestación del conflicto de ciertas fuerzas telúricas, en baile y lucha sangrienta entre lo oscuro y lo oscuro. Apenas el tronco y las ramas a merced de las raíces y el viento y la madrugada, pues nada es suyo: ni las fuerzas que le sostienen ni las fuerzas que le zarandean en la noche sin nadie.


martes, 16 de agosto de 2016

'Into the wild': la imposibilidad de una isla



Quizá porque has venido solo, también; quizá porque te he visto pasar solo, justo a mi derecha por el pasillo entre los asientos, distrayéndome un segundo de mi taciturna vigilancia de este patio llenándose de gente –ni ganas he tenido hoy, siquiera, de comprarle nada a mi íntima desconocida de la tienda de chucherías–; seguramente por tu aire distraído, tímido, buscando asiento en la penumbra aún azulada del atardecer como si se te hubiera caído algo y lo estuvieras buscando –como si pidieras disculpas, casi–, te he seguido vigilando desde lejos: sin poder evitar pensar que pareces demasiado solo para la edad que tienes, o pareces tener...


domingo, 7 de agosto de 2016

'Revolutionary Road': nunca nos quedará París




¿Han ido ustedes solos al cine alguna vez? Seguramente no; seguro que muy pocos, o ninguno. Porque tiene su aquél: late ahí una suerte de pudor infantil, ¿verdad?, como de estar cometiendo una travesura vergonzante, impropia ya de adultos –qué risa–. Como un adulto montado solo, sin niños, en un carrusel; como acudir solo a una fiesta en la que no conoces a nadie, o sin pareja a uno de esos terroríficos bailes de instituto gringo (el Baile del encantamiento bajo el mar de Regreso al futuro, sin ir más lejos, y por seguir con los clásicos), de los que los pobres pagafantas con granos enamorados de la rubia enamorada del capitán garrulo del equipo de nosequé son biológicamente excluidos, por voluntad o fuerza. [Existe un pasaje conmovedor de Bukowski recordando aquella vez que se atrevió a ir a uno de esos bailes de los quince o dieciséis años: pegó su nariz horrible contra el cristal de la puerta del gimnasio, adivinó el planeta aquel de vestidos, perfumes y lucecitas de colores al que no pertenecería jamás; se dio la vuelta, y echó a andar otra vez bajo la lluvia.]

Como soy ya adulto –qué risa–, como ya no tengo dieciséis años, sino el doble exacto, y como la noche ha caído ya sobre la costa y la terraza de este cine, echándonos un capote negro a los solitarios furtivos, no tengo, como Bukowski, razón o excusa para darme la vuelta en el umbral. Tomo asiento, entonces, simulando calma, mirando al norte y tarareando a Nacho Vegas (Y unos me llaman chaval / y otros me dicen caballero…), después de pagar una fanta a la joven altiva (¿recuerdan?) de la tienda bajo el proyector (con una calculada caída de ojos por mi parte, al devolverme el cambio, que hasta le ha hecho –lo juro– mirarme una décima de segundo a la cara). No es que tenga agorafobia súbita, esta segunda vez; es que, a diferencia de con La gran belleza, el patio está hoy sospechosamente nutrido de parejas. Parejas más o menos jóvenes, más o menos maduras. Parejas de mi edad, quizá con niños que se han quedado un par de horas con los abuelos...


martes, 2 de agosto de 2016

CINE DE VERANO (I). 'La gran belleza': todos los veranos de la juventud




Qué es lo que buscamos; qué acechamos; qué anhelamos encontrar siempre, incansables, al caer la noche azul del verano, al adentrarnos en la placenta de licor y furia de la noche del verano. Qué sortilegio o redención tratamos de apresar, como una luciérnaga imposible, por entre el bosque de los cuerpos, la madrugada escandalosa, la noche del verano como una serpiente lúbrica cerniéndose sobre la fiesta, a punto siempre de derretirla, o desvanecerse sola (ese espejismo cruel que mata el día, la primera luz del amanecer revelando el saldo del desastre).

Me pregunto todo esto, absorto, al poco de empezar la película, aquí al aire libre, en este cine en algún lugar del Mediterráneo donde parece no existir el tiempo: así estaba en mi infancia, así en la adolescencia, así todavía. Las paredes blancas, como la pantalla misma, de muros altos; sólo algún árbol o enredadera furtiva asomando sobre ellos, y arriba, por todas partes, adonde quiera que mires, el cielo solo, la bóveda anocheciendo, como una caja de zapatos a la que hubieran hecho agujeritos para que podamos respirar mejor aquí abajo, estas noches, los pájaros sin nido...