miércoles, 31 de diciembre de 2014

Gracias (los dones del camino)


Gracias por el fuego, que sigue siendo fuego toda la noche

Gracias por el riesgo, por el honor, la valentía. Por cumplirse lo que es la vida poco a poco y generosa

Gracias por la belleza, por la palabra, por la canción

Gracias por el dolor en lo perdido; porque testifica que hubo vida, que “mereció la pena vivir y reventar”

Gracias por el dolor de los perdidos. Gracias por la amistad

Gracias por la alquimia que transmuta el rencor en entendimiento, el odio en amor arrodillado, el miedo en la gracia de crecer

Gracias por el perdón, por el niño del recreo queriendo hacer las paces

Gracias por la fuerza, por no abandonar lo que no debe abandonarse; por dejar ir lo que ya tenía que irse

Gracias por la emoción, vislumbre de luciérnagas en el camino del invierno

Gracias por el hogar, por la lumbre, por el fuego

Gracias por el vino en compañía, por el vino en soledad, por el vino que consuela o nos revela

Gracias por la guerra del corazón, por la sabiduría de la derrota, por la victoria que sólo llega al aceptarla

Gracias por el mundo, por los dioses y el infierno, que enseñan que todo es uno y mil en el mural feroz y abigarrado de vivir 

Gracias por el error, porque siempre estará para aprender a ser distinto

Gracias por la música, “misteriosa forma del tiempo”

Gracias por la palabra, misteriosa forma del silencio

Gracias por el amor, sacerdote único. Porque fuimos mendigos de la infancia, y seremos la aristocracia del corazón

Gracias por el padre y por la madre, por la abuela y el abuelo, por el hermano y la hermana, por el hijo y la hija; por los vivos y los muertos, por la noche y el mediodía. Por los amantes desde el camino milenario del primer beso

Gracias por el llanto, gracias por la risa: gracias

Gracias por el fuego, que sigue siendo fuego toda la noche

Gracias por la noche, que sigue siendo niña en la máscara del día

Gracias por el amor, que lo fue y será antes de haber llegado, después de que nos hayamos ido

Por el amor, que es lo único que queda

Por la belleza, que es lo que en el fondo duele

Por la música, misteriosa forma del beso


Por el fuego, que seguirá siendo fuego en otras noches



domingo, 21 de diciembre de 2014

Rendirse

Algo tiene la derrota, cuando la creemos total, es decir, cuando llega a devastar todos los diques de la esperanza, parecido a la fiebre dulce de los niños, a la calma luminosa de cierta victoria íntima: y es que ya ha sucedido (lo terrible ya sucedió). Ya nada puede derrotarte: porque ya estás derrotado, ya no vas a levantarte otra vez, al menos por hoy, a pelear otra vez con la tormenta. Así que sólo puedes pasear tranquilamente por la orilla, respirar la brisa lenta del desastre, tantearte las cicatrices. Y comprobar estupefacto, en la inmensa mayoría de los casos, que sigues vivo. Que te han vencido, que todo está roto, pero tú no, porque sigues vivo. (Estupefacto).

¿Por qué? Porque es mentira, supongo. Porque casi nunca (y pongamos en el casi la distancia entre dos abismos), casi nunca es total, irreparable y para siempre la derrota que creemos sentir definitiva. Porque la vida se abre camino de una manera portentosa, sin hacer ningún caso (gracias a dios) a lo que nosotros opinemos sobre ella. A la vida le da igual. A tu vida le da exactamente igual, en el fondo, ese triunfo que no llegó, esa herida que crees inmensa, esas doce campanadas implacables que creías no ibas a oír nunca más, y que crees (sólo crees) que señalan el toque de queda de todo tu Tiempo hasta aquí. Te quedas, sí, como un adolescente avergonzado, como un monstruo perplejo en una celda. La vida es así también; ahí nos pone constantemente, castigados contra la pared, llorando contra la pared, implorando volver a casa. Porque esta especie es la única sobre la faz de la Tierra que siempre se siente arrojada, a la intemperie, a las afueras de dios; sin darnos cuenta de que, sea lo que sea esto, somos parte de ello hasta las raíces. (Como si los peces creyeran que el océano es una farsa; como si los pájaros añoraran todo el tiempo la rama en que nacieron, y lo demás les pareciera hostil desde entonces).

Rilke tiene un verso misterioso, indescifrable: “El tiempo es la recaída de una larga dolencia”. Quizás es a esto a lo que se refería. A que este caerse y volverse a levantar, caerse y volverse a levantar, intentar y fracasar y volver a intentarlo, este velatorio en carnaval, este andar de puntillas por el pasillo por no despertar a alguien que vela su enfermedad en una cama, es sencillamente el síntoma de esta larga dolencia que es la vida. Que nosotros llamamos dolencia porque nos resistimos todo el tiempo a que suceda como tiene que suceder; porque nos rebelamos a lo que no nos sale como queríamos; porque no tenemos la humildad, la inteligencia, la valentía suficientes para decir: Me rindo. Eres más antigua, más sabia, infinitamente mayor que yo. Cuéntame cómo se vive. Dame una moral para vivir con la herida, y yo la honraré. Enséñame cómo vivirte, y lo haré de corazón y sin protestas el Tiempo que dure y que me dures.

Algo tiene la derrota, cuando la sentimos absoluta (pero hay que dejarse sentirla de verdad, hasta los últimos sótanos de la conciencia), parecido a la recaída de fiebre de un niño en una cama: oyendo a lo lejos a los lobos, que ya huyen, pero también la voz que le cuenta un cuento en la penumbra del invierno. No es resignarse, no es cruzarse de brazos o dejarse morir: es aceptar; es comprender que no comprendemos ni controlamos nada; es mandar todo a la mierda, por esta noche, y perdonarse a uno mismo de ese fracaso que –ya lo estás viendo– a la vida le da absolutamente igual para seguir. Es rendirte hoy para hundirte en la verdadera obra maestra: la de comprender que éstas son las leyes, y que quizás (quizás) eso que llamamos derrota en realidad se llama vivir. …Y vivir, sí, acaba matando antes o después.  

(Dame una señal para vivir con la herida
y prometo escribir el resto
seré un okupa
en la torre de la canción
seré un polizón
agarrado a una guitarra
en el naufragio de esta era
)



Feliz navidad.



martes, 16 de diciembre de 2014

Fortuna y gloria, Sabina. Fortuna y gloria




Las cosas que esperas; las cosas que te esperan; las cosas que siempre has creído esperar (y quizás no; quizás no). Vivimos de fantasmas. Vivimos en la ilusión hambrienta de una persecución: la del fantasma que te busca para cobrarse una deuda remota que crees tener desde siempre contigo mismo; la del fantasma que persigues como una redención, como si en algún lugar de la noche del bosque se agazapase resplandeciendo el ídolo de oro que resuma tu vida, que la justifique y la honre y la selle para siempre. Pero no hay tal... [Sigue leyendo en Pocavergüenza]