domingo, 21 de diciembre de 2014

Rendirse

Algo tiene la derrota, cuando la creemos total, es decir, cuando llega a devastar todos los diques de la esperanza, parecido a la fiebre dulce de los niños, a la calma luminosa de cierta victoria íntima: y es que ya ha sucedido (lo terrible ya sucedió). Ya nada puede derrotarte: porque ya estás derrotado, ya no vas a levantarte otra vez, al menos por hoy, a pelear otra vez con la tormenta. Así que sólo puedes pasear tranquilamente por la orilla, respirar la brisa lenta del desastre, tantearte las cicatrices. Y comprobar estupefacto, en la inmensa mayoría de los casos, que sigues vivo. Que te han vencido, que todo está roto, pero tú no, porque sigues vivo. (Estupefacto).

¿Por qué? Porque es mentira, supongo. Porque casi nunca (y pongamos en el casi la distancia entre dos abismos), casi nunca es total, irreparable y para siempre la derrota que creemos sentir definitiva. Porque la vida se abre camino de una manera portentosa, sin hacer ningún caso (gracias a dios) a lo que nosotros opinemos sobre ella. A la vida le da igual. A tu vida le da exactamente igual, en el fondo, ese triunfo que no llegó, esa herida que crees inmensa, esas doce campanadas implacables que creías no ibas a oír nunca más, y que crees (sólo crees) que señalan el toque de queda de todo tu Tiempo hasta aquí. Te quedas, sí, como un adolescente avergonzado, como un monstruo perplejo en una celda. La vida es así también; ahí nos pone constantemente, castigados contra la pared, llorando contra la pared, implorando volver a casa. Porque esta especie es la única sobre la faz de la Tierra que siempre se siente arrojada, a la intemperie, a las afueras de dios; sin darnos cuenta de que, sea lo que sea esto, somos parte de ello hasta las raíces. (Como si los peces creyeran que el océano es una farsa; como si los pájaros añoraran todo el tiempo la rama en que nacieron, y lo demás les pareciera hostil desde entonces).

Rilke tiene un verso misterioso, indescifrable: “El tiempo es la recaída de una larga dolencia”. Quizás es a esto a lo que se refería. A que este caerse y volverse a levantar, caerse y volverse a levantar, intentar y fracasar y volver a intentarlo, este velatorio en carnaval, este andar de puntillas por el pasillo por no despertar a alguien que vela su enfermedad en una cama, es sencillamente el síntoma de esta larga dolencia que es la vida. Que nosotros llamamos dolencia porque nos resistimos todo el tiempo a que suceda como tiene que suceder; porque nos rebelamos a lo que no nos sale como queríamos; porque no tenemos la humildad, la inteligencia, la valentía suficientes para decir: Me rindo. Eres más antigua, más sabia, infinitamente mayor que yo. Cuéntame cómo se vive. Dame una moral para vivir con la herida, y yo la honraré. Enséñame cómo vivirte, y lo haré de corazón y sin protestas el Tiempo que dure y que me dures.

Algo tiene la derrota, cuando la sentimos absoluta (pero hay que dejarse sentirla de verdad, hasta los últimos sótanos de la conciencia), parecido a la recaída de fiebre de un niño en una cama: oyendo a lo lejos a los lobos, que ya huyen, pero también la voz que le cuenta un cuento en la penumbra del invierno. No es resignarse, no es cruzarse de brazos o dejarse morir: es aceptar; es comprender que no comprendemos ni controlamos nada; es mandar todo a la mierda, por esta noche, y perdonarse a uno mismo de ese fracaso que –ya lo estás viendo– a la vida le da absolutamente igual para seguir. Es rendirte hoy para hundirte en la verdadera obra maestra: la de comprender que éstas son las leyes, y que quizás (quizás) eso que llamamos derrota en realidad se llama vivir. …Y vivir, sí, acaba matando antes o después.  

(Dame una señal para vivir con la herida
y prometo escribir el resto
seré un okupa
en la torre de la canción
seré un polizón
agarrado a una guitarra
en el naufragio de esta era
)



Feliz navidad.



2 comentarios:

Amorbrujo82.blogspot.com dijo...

Gracias, necesitaba oír eso, mejor dicho leerlo. Tal vez si me dejo caer por el pozo tal vez exista un mundo de maravillas como el de Alicia.
Besos
¡Felices Fiestas!

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

De eso se trata exactamente, amiga. Felices fiestas para vos también. Un beso