lunes, 19 de mayo de 2014

Mapas

No sólo se están aboliendo las fronteras del espacio; también las del tiempo. No sólo está la tecnología acercándonos (o dándonos la ilusión de acercamiento) hacia una misma latitud física; también a otras que pertenecen estrictamente a la región del sueño. De una manera mucho más estremecedora, a veces, que desenterrar sin querer una foto del fondo de un cajón, unas bragas insólitas quizás, un vestigio cualquiera de otra época. Como el testimonio de otra civilización: insignificante entonces, sagrado ahora por el paso del tiempo y el desconocimiento y la ceniza, y la vida inverosímil que aún conserva, como el remoto ADN de la felicidad, o del remordimiento.

Pero ya no es precisa la imaginación para invertir la línea temporal de algunas cosas. No es sólo que pueda volverse a los objetos o las personas o los lugares viejos a través de una imagen; es que puede uno jugar a la máquina del tiempo, y acabar temblando. Se puede comprobar fácilmente, por ejemplo, con el calendario del ordenador. Como todo calendario, señala la hora, el día, el mes del año en que te encuentras. Pero si pinchas ahí con el ratón, y lo despliegas, resulta que puedes también avanzar o retroceder a tu antojo: saber en qué día caerá el 3 de diciembre de 2033, por ejemplo, y mejor aún (mejor), en qué día cayó el 3 de diciembre de 1993. Puede uno reconstruirse a sí mismo, otra vez, como releyendo los relieves de la historia. Como las ruinas de una ciudad sepultada que ahora pudieran volver a ponerse en pie e iluminarse con los datos perdidos de los siglos. Fue sábado aquel día, claro: porque el viernes anterior hubo tal cosa. Y el domingo, entonces –todo cuadra–, estabas en aquel sitio.

Ahora puedes volver, también, a aquel sitio, sin moverte de este sofá, de este balcón. Puedes teclear el nombre del sitio, y no sólo verlo en un mapa, sino situarte virtualmente en él como en una alucinación, con el mecanismo de los sueños por el cual todo está congelado hasta que tú te mueves, y al moverte todo se mueve contigo en un vórtice de bruma, mitad voluntad, mitad atrezzo de escena. Y ahí aparece esa calle. Hace sol (pero casi nunca hacía sol allí). Ahí está esa tienda, allí la panadería. Ahí, más adelante, debería estar la casa. Y avanzas, avanzas por la calle (la pantalla), el recuerdo (el presente inmóvil), el terror y la emoción de estar ahí otra vez. Pero no estás ahí, evidentemente; son sólo imágenes captadas por satélite, reconstruyendo como en un parque de atracciones el decorado indiferente de tu ruina. Pero entonces, entonces, miras la fecha de esa reconstrucción, y constatas que las imágenes, o lo que diablos sea lo que tienes delante, donde estás ahora mirando, es abril de 2009. Lo que estás viendo (¿es posible?) es un día soleado en esa calle del mes de abril de 2009. No es la calle de ahora; es la de entonces... Y entonces (¿ahora?) esa casa que ves delante de ti estaba habitada por alguien que conociste muy bien, mucho después, pero que entonces, en el abril de 2009, en el ahora soleado que tienes delante en la pantalla, todavía no te conoce a ti. Estás viendo, entonces, a día de hoy, el día perfecto y azul y de primavera abriéndose en ese abril de hace cinco años: tú estabas en esa ciudad; ella vivía en ese edificio, sin conocerte aún. Estás mirando esa calle. Estás viendo ese día. La frutería en su sitio, los coches que pasan, el temblor cotidiano de la gente. Como todo a punto de empezar aún, todavía, entonces; como para siempre empezando todavía.


La casa gris, M. Chagall

domingo, 11 de mayo de 2014

Nacho Vegas o la revuelta de la honestidad

“Todo lo que he escrito me ha sucedido o me sucederá”: es una frase de la escritora norteamericana Carson McCullers muy cara, desde hace tiempo, al escritor español de canciones Ignacio González Vegas (Gijón, 1974); Nacho Vegas para ese público que viene aumentando, desde hace ya más de una década, sigilosa pero imparablemente, una variopinta cofradía en torno a la belleza cruel de sus canciones (canciones de cuna que acaban dando miedo). Canciones que son profecías, también, a veces; que hablan de cosas que han sucedido o que sucederán, acabarán sucediendo, en alguna parte, con una siniestra e incontestable lógica... [Entrevista para eldiario.es]