jueves, 9 de octubre de 2008

La mariposa, el huracán y Rita la Cantaora

Tenemos miedo. Hace miedo en la calle. Mientras la televisión y los periódicos y los sumos pontífices de la pirotecnia verbal escupen un ruido ininteligible de sumas y restas y deudas al cubo y gilipolleces por ciento, ahí fuera tirita un otoño que ya se filtra por las costuras y acuchilla la almohada con dientes de insomnio, con ruido de insomnio, con dientes de miedo. Intentan explicarnos, algunos con buena fe, el mecanismo de la telaraña económica mundial, el comportamiento arbitrario de un ente al parecer etéreo e inaprensible que según de qué humor se despierte puede reventar un barrio en Hong Kong o levantar un rascacielos en Berlín, y a uno, que tampoco es el fulano de Una mente maravillosa, se le queda el careto del más imbécil todavía, preguntándose si es que es más imbécil aún de lo que pensaba. O sea, que la pizpireta y casquivana mariposa bursátil bate sus alas al amanecer, y al mediodía un huracán de proporciones bíblicas nos manda a todos a tomar por saco. ¿A todos? ¿A todos, todos? En ese caso no habría de qué preocuparse: se trataría de un insecto extremadamente democrático, de puro imprevisible. Por eso, permítaseme consultar a Rita la Cantaora y al Maestro Armero, antes de tragarme que los reptiles de la ciénaga capitalista la iban a dejar a su libre albedrío, a la mariposa de los huevos (de oro). Leo por algún sitio que esto es el final de una era, que tiemblan los cimientos de un sistema caduco, que esto ya se veía venir, señora; y a mí, oh pobre profano en lides económicas, fíjate, me entra una risa atravesada que deriva en mueca amarga cuando pienso ojalá, nenes, ojalá. Ojalá fuera cierto que a los señoritos de la finca les ha salido el tiro por la culata en la cacería del domingo, y han agujereado de un perdigonazo el trasero de su suegra. Pero no, señora: no. No caerá esa breva. Porque a mí me comentan Rita la Cantaora, y el Maestro Armero, y hasta Pirri, que pasaba por aquí, que sólo hace falta echarle un vistazo a la Historia para saber que lo tienen todo atado y bien atado. No hacen falta aspavientos, ni sofocos ultraizquierdistas, ni teorías conspirativas, para saber que esto, como se dice en mi pueblo, es más viejo que el cagar. Un buen perro jamás muerde la mano de su amo, y el capitalismo es un mastín de conducta férrea, que muerde cuando le mandan morder y se pone manso junto a la chimenea cuando su dueño le trae un buen pellizco, sea de acciones o de puestos de trabajo medievales que permitan multiplicar el botín. Así que no me cuenten boleros: hace miedo en la calle. Los que ni sueñan con entender ni una mísera parte de cómo funciona el sistema andan temblando, andan sin sueño, preguntándose qué será de ellos si les echan, qué será de los suyos si no pueden llegar a fin de mes. Algunos veinteañeros que yo me sé seguirán aceptando sin rechistar su destino fatal de esclavos institucionalizados del siglo veintiuno y dando gracias, bwana, por explotarme; algunos otros, ni siquiera eso. Del resto del mundo, de las millones de almas para las que la palabra crisis sonaría a sarcasmo, mejor ni hablar. Puede seguir el telediario escupiendo cifras; pueden seguir las lumbreras patrias con su alquimia numérica, explicando de dónde venimos y hacia dónde vamos. A mi humilde parecer, es el señor José María Izquierdo quien más claramente lo ha explicado hasta la fecha, en un artículo en El País: esto se trata, sencillamente, de que cuatro tahúres se ponen a jugar al póker en Nebraska y el marido de mi prima se queda sin curro en Vallecas. Ni más ni menos. El tema es que son los cuatro hijos de puta de siempre, que, pierdan las partidas que pierdan, siempre saldrán ganando: tienen a la mariposa (¿o era un perro?) demasiado bien amaestrada como para que el huracán les pueda alcanzar a ellos. Si algo cambia, señora, será para que todo siga igual.

Éste es el único Caos que yo entiendo: