miércoles, 20 de febrero de 2008

Hoy

Has de tener en cuenta que hoy ha sido, o está siendo, el mejor día de la vida de alguien, y también el peor en la vida de otro. Hoy, quizás un día anodino para ti, han sucedido simultáneamente un milagro y una tragedia, una detonación de luz y un cataclismo; probablemente mucho más cerca de lo que imaginas. El problema es que nadie (o casi nadie) lleva un cartel por la calle en el que figure su estado de ánimo actual. Pero sería interesantísimo que así fuera, al menos por unas horas. Así, podría uno felicitar calurosamente a quien llevase un letrero colgado al cuello, bajo la pertinente sonrisa bobalicona, que rezase: Enamorado recientemente correspondido; o bien: Empleada al borde del colapso, recién enterada de la trágica y repentina muerte de su jefe. Como en una viñeta de Forges. Se propagaría mucho más la alegría de este modo, se harían muchos más amigos (bien es sabido que todo el mundo le cae a uno repentinamente bien cuando las cosas le funcionan). De igual manera, el espontáneo brindis lleno de sol por una fortuna podría ser un calladísimo, emocionante y anónimo velatorio si nos topásemos, al doblar la esquina, con alguien que llevase pintada en la cara una de esas desgracias aterradoras ante las que sólo cabe enmudecer, y sobre las que no pondré ejemplos porque no me da esta noche la gana. Imagínate. Doblas la esquina, con prisa o paseando, hojeando el periódico o silbando una canción (por qué carajo nadie silba por la calle, en esta ciudá?), y de pronto te topas de frente con la Desolación, que se aproxima con cara de niño o vieja derruida. Se para el estruendo del tráfico, se para la mujer del kiosco, te paras tú en la acera, se para la vida en mitad de la calle. Y todos juntos, como en ese tiernísimo poema de Cesitar Vallejo, le decís, le susurráis casi: “No te mueras: te amo tanto”. Y aunque la persona desolada, ay, siga muriendo, al menos el mundo le presenta sus respetos. Seguramente el hijo de puta de su casero no se atreva a molestarla, con ese mensaje pintado en la cara como una acusación, o una disculpa.

Tú no puedes saberlo, pero a lo mejor ha sido hoy cuando tu hermano el pequeño ha perdido la virginidad, y por eso anda un poco más pavo que de costumbre, que parece que flota dos palmos por encima del suelo y pasa mucho de las amenazas de tu madre con darlo en adopción si no baja la música: por él, como si le destierran a Siberia. Tampoco puedes saberlo, pero esta misma tarde han llamado por teléfono a tu compañero de la facultad, o del trabajo, ése con el que hablas sólo lo justo, de vez en cuando, y acto seguido se ha encerrado en el lavabo para poder vomitar tranquilo la comida y el llanto; se ha quedado allí el tiempo que ha considerado preciso para poder calmarse y continuar, y que casi nadie repare en la devastación de los ojos y en el pálido de la cara, y luego ha salido al pasillo y se ha cruzado contigo: tú no lo sabes, no puedes saberlo, pero el no saludarte no se ha debido a que es un borde, sino a que prefiere que no se fijen mucho en su rostro. En el cartel de su cara.

Has de tener en cuenta que hoy ha sido, o está siendo, el mejor día de la vida de alguien, y también el peor en la vida de otro. Si el tuyo ha sido, o está siendo, uno de esos días mediocres, pintados de gris en tu calendario, felicítate y tómate algo, porque todo es susceptible de empeorar. Si se trata del mejor día de tu vida, te felicito, y hazme el favor de estirarte e invitarme a un whisky, que ando escaso y tampoco tendremos muchas más oportunidades. Si se trata del peor, hazte el favor de no callarte, de pintártelo en la cara si hace falta, de venir corriendo a contárnoslo. Te prometo que tendrás el homenaje del silencio, y también una copa que te recuerde a su trasluz que todo pasa. Nosotros invitamos.