jueves, 28 de abril de 2016

'Alejandra, Alejandra' Pizarnik



¿Cuántos hay aquí, esta noche, capaces de sostener la mirada de la noche y no salir despavoridos? ¿Cuántos de vosotros sois capaces de aguantar, aquí en las sombras, y no escapar? ¿Cuántos podéis escuchar esas voces de vuestra gruta (no vayas a creer que están vivos, no vayas a creer que no están vivos), mirar a los ojos en llamas del lobo, y no correr, buscar la salida del bosque, pedir socorro y luz y compañía?

"...Toda la noche escucho el llamamiento de la muerte, toda la noche escucho el canto de la muerte junto al río, toda la noche escucho la voz de la muerte que me llama..."

Sólo unos pocos resisten. Sólo los leales a su propio escalofrío se quedan y escuchan el cuento, la nana bellísima y cruel, la tonada de niebla que salmodia una sombra cuando los niños tienen miedo a crecer, al otro lado de los muros. La canción sonámbula de Alejandra Pizarnik, dando asilo a nuestro terror –al suyo, al mío, al tuyo– para que no canten ellos, / los funestos, los dueños del silencio.
  
Este 29 de abril se cumplen 80 años desde que cayó en este mundo Alejandra Pizarnik. Cayó, literalmente. Porque es dudoso que fuera de este mundo, adonde –diría su hermano mellizo César Vallejo– ella tampoco pidió nunca que la trajeran...


jueves, 21 de abril de 2016

El Albaicín o el espejismo en ruinas de la belleza



“Somos hijos de nuestro paisaje”, escribía Lawrence Durrell, a cuenta de Alejandría; “nos dicta nuestra conducta e incluso nuestros pensamientos en la medida en que armonizamos con él”.

Es cierto. Toda ciudad es un mundo, todo lugar acaba conformando un enjambre de intimidades en continuo diálogo con su hábitat. Y algunos lugares, algunos sitios concretos, ejercen un influjo aún más poderoso, haciendo respirar a sus habitantes al ritmo que contagia su aire. Como una fiebre dulce imponiendo una sola temperatura.

El milenario barrio del Albaicín, en Granada, es uno de ellos. Alzado sobre una pendiente enfrentada a la colina de la Alhambra y sobre el río Darro, este poblado blanco de cipreses altísimos y calles laberínticas, donde se oye meditar al agua y donde la belleza se siente casi de manera física, como un fantasma atrapado en la reverberación de las paredes, es uno de los lugares más visitados del mundo, más fotografiados del mundo; pero también de los más equívocos, de los menos conocidos, en realidad.

Detrás de su belleza hipnótica, sus habitantes; y detrás de su espejismo (blanco, verde, azul), el reflejo de una lógica contemporánea que combina, de manera fatal, desidia, especulación, picaresca y estupidez. (Y detrás, detrás está la gente, cantaba Serrat.)    


lunes, 11 de abril de 2016

Epitafio


Tú que eres mi locura y mi argumento,
tú que has sido mi cárcel elegida,
mi honor y mi condena, y el intento
más a ciegas de hallar una salida,

un pañuelo más digno al sufrimiento,
una fe, una luz allá encendida;
tú que has sido mi víctima y mi aliento,
mi culpa, mi plegaria atendida,

el único blasón que izó mi viento:
tú, compañera múltiple y sagrada,
rostro plural del dios que ungió mi vida,

tú más que nadie sabes que no miento,
que me hundo cada noche en tu emboscada,

que nunca di tu causa por perdida.


[2011 - ]




domingo, 3 de abril de 2016

Abril, la esperanza, el espejismo



No confíes en abril, niño, no le creas. No le esperes. No te fíes de ese ladrón azul, ni de la sombra de su sombra. No le busques (pero qué buscas, qué buscas, qué buscas siempre: “si siempre buscas, siempre buscas”, te dijeron hace tanto; y sólo al encontrarte lo recuerdas. Al encontrarte a ti solo). No mires al horizonte y su acuarela acuchillada, su óleo de crepúsculo y cuchillo verde. Irás mirando y caerás, caerás en ese verde, en ese azul, en ese añil como el crimen de un ángel acuchillando a otro hacia poniente. Sabes que no llegarás nunca a ese poniente: ya estás en él. Pero no lo ves, y entonces buscas, y entonces esperas, y entonces confías en que va a llegar a por ti, va a llegar abril a por ti en una cabalgata malva de ninfas y coronas, o en una comparsa de títeres y niños que te abrigue en ese banco en que te rindes, esperando. Pero no puedes esperar, niño: no le creas. No te fíes de abril, del camino pálido y a pie, ni de la sombra de su sombra. No te fíes de la bruma del velo del sueño mendicante de la noche de abril (no te fíes de nadie en abril). No recuerdes el otro abril, aquel, pues sólo existió, como éste, en la bruma del sueño en que te meces. No te fíes del recuerdo del balcón, del recuerdo de la plaza, del recuerdo del recuerdo. No vendrá esa carroza dulce del silencio a llevarte a parte alguna: porque ya estás en ella. No creas que hay salvación al otro lado, que han de verte cómo avanzas por el camino que baja y el camino que cruje y el camino que (si hay algo quebrado en esa tarde, serás tú). No esperes que te vean, niño, si no te miras tú. No esperes que te busquen, si no te encuentras. No escapes: de ti no hay lugar donde escapar. Y no pidas. No mendigues a abril que te devuelva las migajas del pájaro que huyó, de la golondrina funeral. No te fíes de abril, no te fíes nunca en abril, no te fíes de nadie en abril, niño, errante, perdido. No le esperes con flores en la esquina más azul, no trates de burlar a la guardia del rey, no duermas sin dormir toda la noche en la cornisa negra donde vela la luna su insomnio haciendo lunas toda la noche: no va a venir; ya vino sin que tú supieras, sin que tú pudieras saberlo, aunque no tienes nada que saber, no hay nada que saber, no hay nada que puedas saber de abril, en abril. No hay nada que esperar (la esperanza es una cárcel; recuérdalo tú y recuérdalo a otros, a todos los que esperan también que alguien les saque de ahí, de esa cárcel con vistas a la tronera del bosque de abril). No te fíes de nadie, niño. No te fíes de la sombra de la sombra del ladrón, de la sombra de la sombra del balcón. Pero sobre todo no te fíes de abril, de su túnel amarillo hacia poniente: abril es el mes más cruel, sí. Porque promete luces, pero siempre acaba acuchillando, ahí hacia poniente; tu poniente, tu ramo de cuchillos, tu mendigo verde. Océanos de soledad en sangre.