jueves, 29 de mayo de 2008

"Crecer"

Ya sé que no hay más remedio, pero cansa.

Ya sé, ya lo sé, no hace falta que me lo recordéis. Que esto va en serio, que nadie nos dijo que fuera a ser fácil; que ya dejaron de contarnos todos los cuentos hace mucho tiempo y hace mucho tiempo ya que crían polvo en los últimos baúles de la sangre, el caballo cojo, el dragón muy viudo; el castillo de la niebla desahuciado, solo de siglos, en silencio. Ya sé, ya lo sé: pero cansa. Me diréis que ya han pasado diez inviernos y diez más. Me diréis que ya hemos jugado mucho y hemos sangrado mucho en las rodillas. Me diréis que ya volvimos muchas veces, muy pequeños, siguiendo las miguitas del sol a ningún sitio; quizás César abrazándome, abrazándome César me diga que

ya nos hemos sentado
mucho a la mesa, con la amargura de un niño
que a medianoche, llora de hambre, desvelado

Y bien: “hasta cuándo estaremos esperando lo que no se nos debe”. Hasta cuándo “este ventisquero de óxido”. Hasta cuándo esta pizarra de tan lejos y este cuaderno lleno de lobos y este pasar de curso repitiendo sin embargo repitiendo siempre la misma asignatura. Me tratan de loco los adultos. Me ignoran de viejo los más niños. Me decís vosotros: esto iba en serio, no iba a ser fácil, ya dejaron de contarnos todos los cuentos.

Y me cansa.

Porque tengo diez inviernos y diez más y cuatro más. Porque ya me contaron todos los cuentos. Pero yo apenas he empezado a contar los míos.


miércoles, 7 de mayo de 2008

Siglos, minutos

Se están mirando por encima de los hombros de sus opuestos, de los que van bailando con ellos en una espiral suicida de humo y sudor y vapor de sexo y luces de neón. Se están mirando lentamente, largamente, en los dos segundos y medio que pueden mirarse al girar sobre su eje, como dos planetas encontrados en el tiempo. Se están mirando sin que nadie sepa nada mientras bailan con otros dos que también ignoran el seísmo sordo, subterráneo, de los ojos que se andan mirando lentamente clandestinos junto al rompeolas de la noche mediterránea. Se están vigilando en conmoción, desde dentro, y a cada vuelta indagan en sí mismos la razón oscurísima del misterio y el enigma irresoluble de haberse encontrado sin encontrarse, de llamarse a gritos sin saber sus nombres, de lamerse los ojos y la boca y el cuerpo entero sin tocarse. Él le taladra implacable la mirada cuando puede, cuando no baja la cabeza para oír un susurro o susurrar él mismo o besar con urgencia o misericordia. Ella le escruta perpleja el fondo de los ojos cuando quiere, cuando hace como que mira distraída en derredor o se apoya en el pecho próximo o sabe con certeza que él estará mirando, y que ella no va a ruborizarse. Se están presintiendo por la espalda y reconociéndose de frente en varios minutos que son siglos hasta que acaba la balada tristísima, lejana, y dejan de bailar y se pierden de vista entre la gente, y comienza una tonada canalla que habla de emboscadas y balcones furtivos y espejos rotos como puzzles. Él no lo sabe, pero Ella le ha dicho a su acompañante quieres algo de beber?, yo tengo sed. Ella no lo sabe, pero Él le ha dicho a quien le acompaña vale, ve al baño, estaré en la barra. Y ninguno de los dos sabe, sabiéndolo en fondo, que al acodarse en los lados opuestos volverán a encontrarse de bruces como a babor y estribor de dos barcos paralelos; entre ellos, un mar de luces y sombras y ron. El estómago del revés, el corazón en cueros; la sangre al galope: suicida. Vámonos de aquí, le grita él con los ojos, kamikaze. Vámonos de aquí, le grita ella, sin decir nada, desde dentro. Serán sólo, esta vez, cinco minutos como cinco siglos mirándose lentamente, largamente, precipitándose los dos, corazón, sin miedo, hasta el abismo. Entonces llega el acompañante de Ella, y la abraza por la espalda, le da la vuelta, la besa. Entonces llega la acompañante de Él, se acoda a su lado, le susurra algo al oído. Ella vuelve a girarse un momento, irreparable, antes de salir del bar de la mano del otro. Él finge llamar al camarero con un gesto mientras la sigue contemplando, la sigue adivinando entre la multitud, la pierde de vista para siempre.