jueves, 2 de diciembre de 2010

'Siempre en domingo'


Alguien que conozco, excelso arqueólogo del alma humana y cachondo profesional (o profesional cachondo, que también) a quien guardo infinita gratitud por cosas que ahora no vienen al caso, me dijo una vez que la suerte a secas no existe, pero la mala suerte sí. No recuerdo haber protestado al oírle, pero recordando ahora la frase no he podido evitar pensar lo que muchos habrían pensado en ese momento: si existe la mala suerte, existe la buena suerte. Igual que si existe el arriba, existe el abajo; si existe el yin, existe el yan, y si Cruela Devil Aguirre vuelve a ganar las municipales de 2011 en Madrid, pues en algún lugar del orbe habrá un samaritano a lo Vicente Ferrer abriendo hospitales públicos para los parias de la tierra. El mal por el bien, el bien por el mal; lo que resta en alguna parte suma en alguna otra y lo que muere en un lugar resucita en otro bajo la implacable geometría del Caos, que es un viejo borracho jugando al billar con una puntería inexplicable.

No podría atinar ahora a recordar el por qué de la aseveración de mi colega (seguro que sus argumentos tendría; ya le preguntaré alguna vez), pero al darle vueltas al tema he caído inevitablemente en otra casilla igual de obvia con la que tampoco descubro ninguna Atlántida: la mala suerte existe, sencillamente, porque reparamos en ella; la buena suerte no porque, sencillamente, y salvo en ocasiones extraordinarias, uno no se para a analizar por qué le van bien las cosas: le van bien y punto, y ahí no caben metafísicas ni darse de cabeza contra el suelo, sino Carpe Diem y a tomar por culo la bicicleta y que siga la fiesta hasta mañana, que ya habrá tiempo de acordarse de Santa Bárbara cuando truene. Sin embargo, y llegado a este punto, también he pensado algo más retorcido, más macabro, más inquietante si cabe que la sentencia de mi colega: si aceptamos -y creo que el común de los mortales estamos de acuerdo en esto- que los momentos de charanga y pandereta y ponme otra, jefe, que paga Rita, son los menos comunes; si aceptamos que lo corriente no es tirar cohetes sino que truene, y si estamos de acuerdo en que lo normal es que haya cinco días de curro y dos de fiesta, y no a la inversa, pues tendremos que acordar exactamente lo contrario de lo que dijo el chamán de mi amigo: que la suerte a secas no existe, pero la buena suerte sí, porque lo accidental es que te pasen cosas buenas (o muy buenas), y no que te pasen cosas regulares (o mediocres, o directamente malas). O sea: la buena suerte sí existe porque es el verdadero fenómeno accidental, a pesar de que no reparemos mucho en ello, mientras que la suerte a secas (o la mala suerte de la que nos quejamos a diario) es sencillamente el mediocre y anodino estado de la mayoría de días (laborables) de la vida.

Me temo que me he hecho la picha un lío y que no he resuelto absolutamente nada. Lo peor, además, es que aún no he conseguido rebatir con garantías el aforismo de mi amigo: no sabría negar por qué puede existir la mala suerte pero no la buena, y tampoco explicar por qué puede existir la buena suerte pero no la mala. Lo cierto y verdá es que no dejo de sospechar que mi colega tiene razón, porque cada vez veo más gente (o a lo mejor reparo más en ellos últimamente) que parece vivir en una orgía de depravada felicidad estólida, mezcla de libro de Paulo Cohelo y Los Serrano, y me pregunto si algunos no habrán hecho un pacto diabólico con el Caos, vendiendo su alma a cambio de barra libre ad infinitum y viajes a la Patagonia por el puente de la Almudena: supongo que, de manera miserable y vil, a uno siempre le parece que son los más tontos los que más suerte tienen, como si la tontería diera puntos para el particular. Supongo, también, que, como me escribió otro gran amigo hace unos días, las procesiones van por dentro, y vete tú a saber qué sotas de bastos llevan clavadas bajo la camisa ésos (y ésas) que parecen vivir como si todos los días fueran fiesta.

Como si siempre fuera fiesta, como si siempre fuera domingo. Recuerdo que, en cierta época, mi padre tiró de su (también excelso) registro satírico aderezado con el espíritu de Cuéntame cómo pasó para ilustrar mi aparente dispersión de aquellos días: ¿Tú sabes que había hace años un programa de televisión que se llamaba ‘Siempre en domingo’…? Pues así es tu vida, Miguelito, hijo: siempre en domingo”. Siempre en domingo, decía. Lo único (malo) es que yo no parecía darme cuenta. Y me pregunto si es que hice sin enterarme algún pacto diabólico con el Caos. Y me pregunto cuántos pensarían al mirarme que todos los tontos tienen suerte. Mañana cumplo veintisiete palos de almanaque y, sinceramente, no sabría decir cuántos días han sido hasta ahora laborables, y cuántos festivos.