miércoles, 20 de octubre de 2010

Levántate

Y vivir se parece mucho en esta época a algún remordimiento, a tener resaca cada día sin haber probado gota alguna la noche anterior. Días que alientan con cierzo de clausura, días secos que amanecen sin embargo con puñales húmedos en la almohada; la angustia certera de haber hecho algo mal, irreparable, en algún momento de ayer noche. Pero cómo, el qué, a quién, si no saliste, no salimos

Lo están consiguiendo, corazón: están a punto de convencernos de que es culpa nuestra este escándalo, este atraco, esta estafa moral

Y te levantas cada día pensando qué es lo que falla, en qué te equivocaste, en qué momento del camino se te cayó la brújula sin darte cuenta. Ríes poco en las fiestas, o no vas (qué lujo, ya, regar la risa); te avergüenza cuando te preguntan y cambias de conversación; te da miedo hasta salir a la calle por si viene alguien a cobrarte alguna deuda que olvidaste, que no sabías ni que existiera. Te cobran por vivir. Y quieren que juegues con ellos, que te arrodilles y les pidas un contrato para bailar con sus serpientes o para correr despavorida por el bosque mientras te persigue su jauría. Tranquila: no te comerán: te necesitan viva y en guardia y llena de terror para seguir manteniendo su circo y dar de comer a sus cachorros. Saben muy bien que tu miedo a quedar fuera es al final mucho mayor que tu desprecio y tu odio a su juego putrefacto de chacales. Y no queda otro remedio, al parecer, que bajar la cabeza ante las fauces, humillarse, o seguir pidiendo audiencia ante el decimoquinto leguleyo de su horda: humillarse

Si estás dentro, tendrás que apretar los dientes y maldecir en voz muy baja; si les dices que No cuando debe ser que No, estarás fuera. Y si estás fuera, no sabrás dónde poner los ojos ni a quién pedir ayuda ni encontrar la manera de aliarte con los tuyos para rasgar banderas y asaltar a sangre y fuego el rascacielos del ultraje inaudito de este siglo

Como tú ahora, corazón; y como yo. Por eso sé que te despiertas cada día con flamear de velas negras en la ventana, con callar de cuervo en cada mástil, encallando en la playa gris desierta que es el día; que son estos días tuyos, lo sé, como son los míos

Sé que te comen las migas de pan que fuiste dejando en el camino, que hace frío y miedo, miedo y frío afuera y dentro de la calle. Que temes, como yo, que nos confisquen cualquier día el aire. Que eres pequeña, pequeña, muy pequeña

Pero aguanta. Óyeme: aguanta, no te me rindas. No puedo decirte cómo acabará, cómo se podrá reescribir esta historia, pero no flaquees, no les consientas, que no te vean así; escúpeles, regálales muy fija tu desprecio, recuerda a los tuyos: levántate. Muchas veces, amiga, muchas veces el viento cambia de aire. Y flamearán velas azules de nuevo, ya verás, algún día

Mientras tanto escúchame, allá donde estés, y desnúdate. Deshoja pétalos de escombros en el suelo del cuarto, enciende velas de candor. Créeme

Abrázame mientras impera la amargura, mientras el mundo nos desahucia y nos embarga las paredes de la vida que soñamos.