Para qué servirá el dolor. De
quién será esa tristeza. “Me pregunto qué
gana Dios con que suframos los hombres”, escribió alguien, no recuerdo
quién, en alguna parte. “Ni sé para quién
es esta amargura”, escribió Vallejo, alguna vez, en no sé qué infierno
Qué nos enseña, qué vendrá a
enseñarnos el horror, el terror, el dolor
Algo será. Algo querrá decirnos
esa ventisca sucia y gris y pálida, más allá de que la vida se vaya cobrando
por su ley de ritmo o correspondencia el saldo obligado de la belleza. “Esta mañana de oro, con qué dolor se paga”,
escribió en alguna parte Eloy Sánchez Rosillo. Yo conozco muy bien esas mañanas
de oro. Y sé que sí: en muchas ocasiones, se pagan
Qué hacemos aquí, los hombres, los pobres diablos de hombres, decía
Pessoa, mirando la espalda cualquiera
de un hombre cualquiera en una calle cualquiera de Lisboa, sintiendo desvalidamente, vallejianamente, una piedad
universal por todos, por todo: qué está
haciendo aquí el pobre diablo de la humanidad. En esa reciente obra maestra
llamada True Detective, el samurái
mutilado, enfermo, maldito Rusty Cohle, confiesa a su compañero Marty, mientras
atraviesan una carretera espectral (pareciera que es siempre la misma carretera
del infierno), con expresión glacial y sabor a cenizas en la boca, lo absurda
que le parece toda esta máquina de sentir y morir; todos estos pensamientos,
emociones, anhelos desgajados de la naturaleza, dice, hiperlúcido, valiente,
suicida: deberíamos darnos todos la mano y claudicar, como hermanos y hermanas, hasta la ceremonia nocturna y comunal de
la extinción
Equivocado también, sin embargo: porque no es
un error tener consciencia, sino pasar por aquí sin saber hasta dónde puede
llevarnos, hasta qué últimas consecuencias (...y es el miedo al dolor y no el dolor el que suele hacernos pánicos y
crueles: Luis Rosales). Por eso, quizás, es precisamente Cohle quien llega
a vislumbrar al final un magma de amor y sueño esperándole bajo la oscuridad
absoluta; la que quizá nos devuelva a la placenta preconsciente donde no existe
el miedo, donde el amor reside
El miedo, la separación, el
dolor. Una bestia moribunda arañando los cristales que sigue muriendo, ay, no
deja nunca de morir. Escribí una canción al respecto, hace poco. Decía: álzate,
háblame, dolor, di qué tienes que contarme
Porque es la única manera de
vencerle. Buenos días, tristeza; cuéntame
a qué has venido. No me zarandees como a un muñeco de trapo tirado en la calle
un día de carnaval (un día de carnaval que llueve y pasan las carrozas y tú
eres ese niño que vuelve sin entender en cada charco por qué están todos tan
alegres, cuando hace tanto miedo)
También escribí, una vez de hace
un año, que tal vez eso será vivir; pero no la vida
La vida también será descubrir
que no es la vida eso, no. Esa terrible desolación al norte en la que eres
adulto y llueve. Pues (sigue diciendo don Antonio Machado)
en mi soledad
he visto cosas muy claras
que no son verdad.
Álzate, háblame, dolor:
di qué vienes a enseñarme