miércoles, 10 de octubre de 2018

Sombras de verano: Peter Pan, Neruda, Sor M. Alcoforado, Lorca, Durrell


El secreto de Peter Pan


Puede que siempre sea verano en el país de Nunca Jamás. Pero resulta –niños– que no hay sólo un país de Nunca Jamás, sino tantos como queramos; como queráis. Todos, sin embargo, “tienen una especie de parecido familiar”:

Todos nosotros hemos estado allí, y aunque no desembarcaremos en ellos nunca más, todavía podemos oír el murmullo de las olas al romper sobre la arena. [Sigue leyendo aquí]


Veinte años a la sombra de Neruda


“Encima de mi cabeza el cielo tenía un azul tan violento como jamás he visto otro. Yo escribía en el bote, escondido en la tierra. Creo que no he vuelto a ser tan alto y tan profundo como en aquellos días. Arriba el cielo azul impenetrable. En mis manos el Juan Cristóbal o los versos nacientes de mi poema. Cerca de mí todo lo que existió y siguió existiendo para siempre en mi poesía: el ruido lejano del mar, el grito de los pájaros salvajes, y el amor ardiendo sin consumirse como una zarza inmortal”. [Sigue leyendo]


La monja portuguesa o el fatal hechizo voluntario


Todo enamoramiento es un hechizo: pero un hechizo voluntario; quizás auto-inducido. Podría creerse que, cuando ocurre ese desastre, está uno a merced de fuerzas extrañas que lo zarandean sin piedad ni objeto, sin que pueda controlar nada. Y también. Pero jamás sucedería si no estuviéramos ya orientados a esa brisa, a esa temperatura; esperando que suceda, vislumbrando su sombra por venir. Invocándolo sin saberlo.

A mediados del siglo XVII, en el Monasterio de la Concepción del territorio portugués de Beja, muy cerca de Extremadura y Andalucía, una monja llamada Mariana Alcoforado contempla a las tropas francesas, aliadas de Portugal en su guerra contra la corona española, ejercitar sus ensayos de guerra en la llanura. [Sigue leyendo]


Lorca, el sueño de verano y el balcón del Tamarit


He cerrado mi balcón 
porque no quiero oír el llanto 
pero por detrás de los grises muros 
no se oye otra cosa que el llanto.

En la Huerta de San Vicente, en el paraje del Tamarit, en lo que antes suponía la frontera entre la vega de Granada y la ciudad –en lo que hoy es el parque que lleva el nombre de ese muchacho–, hay un balcón al que regresaba cada verano Federico García Lorca. [Sigue leyendo]


El eterno laberinto de Alejandría 


¡Ah, la miseria de los puertos y los nombres que evocan cuando no se tiene parte alguna adonde ir! Es como una muerte, la muerte del propio ser cada vez que se repite la palabra ‘Alejandría, Alejandría’.

Hay una Alejandría dentro de cada uno de nosotros; la misión, el mandato, consiste en su búsqueda. Puede ser un lugar físico, puede realmente existir ahí fuera, en cualquier verano de esta vida. Y si la encuentras (deberás recordarlo siempre, mientras dure la aventura) será sólo la proyección del espejismo propio, del anhelo: exactamente como enamorarse. Pero qué no es un espejismo en este mundo. [Sigue leyendo]


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