"Demasiadas veces
he dicho ya que vivimos de fantasmas; que quizá no seamos más que espectros buscando
en otros espectros el conjuro prometido que nos salve.
A falta de aquello que tal vez, en
alguna noche compasiva, nos haga despertar, toda nuestra vida (quiero decir:
nuestro sueño) suele reducirse a este baile diabólico, este velatorio en
carnaval; esta guerra, íntima y sonámbula, entre lo que perdimos y lo que
esperamos: casi siempre entre un desgarro y un anhelo, un abandono y una huida,
una esperanza y una desesperación. (Muy rara vez aquí, casi nunca en el ahora.)
“Se canta lo que se pierde”, decía Machado: para honrarlo, para pedir perdón y
besar de adiós su tumba ya sagrada; se canta, también, lo que se anhela, lo que
no se tuvo nunca: para invocarlo. Quizá los dos rostros de un mismo paraíso
perdido.
Los primeros balbuceos de lo que
acabaría siendo este volumen –hace ahora siete otoños, en cierta ciudad al
norte del Norte en que viví, donde ya había sabido del fantasma– sólo trataban
de ser un divertimento; un ajuste de cuentas, mitad reverencia, mitad beso
envenenado, del currículum sentimental de mi primera juventud: otro canto a lo
perdido. Saqueando el botín de la memoria, me propuse rescatar los episodios
más oscuros, y más luminosos –suelen generalmente coincidir–, virando de la
culpa a la venganza, del guiño gamberro al homenaje. Para dar un lugar a sus
espectros, reconocerlos y reconocerme en ellos, y mostrar a sus emisarias mi
gratitud. ...Pero también, al mismo tiempo, en folios paralelos, traté de
reconocer y descifrar un rostro mucho más esquivo, más antiguo e improbable. Ése
que, ya en la infancia, había susurrado un escalofrío dorsal desde todos los
recodos de la noche, prometiendo algo; algo que esperaba en algún sitio para
investirme con su ley, así como sentía de niño que la tarde me ordenaba
caballero con las últimas luces rojizas del monte aquel...
El fantasma: ese remordimiento tenaz de aquello que sucedió (o no llegó a
suceder jamás) y que sigue mirándonos, silencioso, con sus ojos de lluvia desde
el rincón, esperando el conjuro que lo absuelva; pero también ese conjuro
alucinado, ese sortilegio, que nos usurpa los ojos y la respiración y la voz
para hacernos vislumbrar el otro lado;
para llevarnos de la mano, sonámbulos, a la otra orilla: allá donde habita
aquello que buscamos desde siempre, que intuíamos sólo con la conciencia de la
sangre, que sólo puede adivinarse con los ojos del sueño. Donde el amor reside.
Poesía: palabra que puede hacer audible, en esta orilla, esas voces del
otro lado..."
[Ya disponible en La Fea Burguesía Ediciones]
1 comentario:
Larga vida a los fantasmas y a sus recuerdos, aunque sean inventados. ;)
Publicar un comentario