En la derrota hay silencio, cristales rotos, telas rotas, y vergüenza. En la derrota hay silencio de relojes rotos, muy parados, rachas de viento que no cesan –no van a callarse en toda la noche–, y vergüenza: ciertas ganas niñas, cabizbajas, de pedir perdón. No por haber perdido, sino por haber contribuido a ahondar esa brecha indigna –el verdadero crimen– que enaltece o rebaja a los hombres, separándolos.
(Porque, a pesar de todo,
“aquel que anduvo por los campos
solitario, pisando odios,
era un hombre de carne y hueso
como nosotros”.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario