Hay lugares en que sigue viviendo
sola, la vida, ella sola; agazapada como una bestia mansa en ciertos rincones
de la conciencia, de un cajón, de un teléfono. (Cuántas cosas seguirán pasando
solas, a cada momento, allá donde no elegimos llegar nunca.) Ya contaba aquí,
hace poco, la impresión diabólica de poder volver casi físicamente, gracias a
los grandes inventos del hombre, adonde alguna vez fuiste feliz (o no tanto,
quizás). Ahora tengo aquí, delante de mí, la agenda del teléfono móvil que
utilicé durante al menos cinco años. Por mi natural desastroso –o indiferente,
más bien– por los juguetes nuevos de la tecnología, he ido poco a poco
dejándome caer hasta perder la batería del móvil esperpéntico que utilizaba
últimamente. Así que, con el forzoso cambio, la agenda vacía, he tenido que
recurrir de nuevo al viejo teléfono de entonces, que ya no funciona si no lo
mantienes enchufado; a su salvífica memoria letal. El teléfono que utilicé
desde los 24 o 25 hasta hace poco más de un año. Ahora tengo 30. Demasiadas
cosas sucedieron en ese tramo, de manera vertiginosa; el teléfono fue testigo.
Y siguió siéndolo, calladamente, centinela mudo encerrado en una caja, hasta
que tuve que volver hoy a él, en las luces de un verano muy distinto ya.
En otro verano de antes, mucho
antes de todo, escribí aquí, también, sobre lugares costeños en el mapa. Ahora
tengo que escribir sobre las islas de esa agenda, maradentro y hacia fuera.
Cómo es posible –me pregunto, incrédulo–, cómo es posible tanta historia
sepultada, o sobreviviente, o vuelta a reunir después de los destrozos. Hay
números en esta agenda de amigos antiquísimos que todavía lo siguen siendo, y
de otros que se llevó el naufragio, a dentelladas silenciosas. Hay nombres
remotos, irreconocibles ya, como de un idioma antiguo o de una tumba
descubierta en un jardín. Hay nombres que duelen, nombres que sonríen, nombres
que vienen a matar de entre la niebla; o que no dicen absolutamente nada
(nada).
Hay, empezando por la misma
inicial, varios teléfonos de nombres que me dieron su caridad puntual en noches
hambrientas de ciudades distintas, de mendicidades idénticas y paralelas (los
marcaría, estoy seguro, con ansiedad y aventura y en el fondo sin querer). Hay
teléfonos, varios, de países extranjeros, de vidas extranjeras, de lugares a
los que yo mismo pertenecí, alguna vez.
Hay un teléfono con el nombre
rotundo y doble de una ciudad. Así es, simplemente, el nombre: como si al
marcar el teléfono pudieras hablar con esa ciudad en sí, con la mujer que
seguirá siendo, tal vez, esa ciudad.
Hay nombres legendarios de
corazón oscuro, que lo significaron todo, que ya sólo significan su mismo
nombre. Hay nombres de cuatro ó cinco variables correspondiendo a los satélites
de un mismo universo, que fue el que yo mismo habité, tanto tiempo que ya no
existe. Hay números de casas que llevan vacías mucho tiempo, pero que quise
conservar, seguramente, como un homenaje sonámbulo y pueril; como si todavía
cupiera la posibilidad de llamar en cualquier momento, y que alguien
respondiese al otro lado.
Hay un número que ya no podré
marcar más, nunca más, porque no hay línea con la muerte todavía.
Hay nombres extravagantes y mal
escritos que pertenecerán (pertenecieron) seguramente a camaradas difusos de
noches antiguas, de amigos para siempre con los que icé la copa unas horas, que
olvidé, que no utilicé nunca. Hay nombres de hostales, de estaciones, de
periódicos. Hay nombres en clave, nombres literarios, nombres con los que
bauticé a mujeres que apenas recuerdo y que me otorgaron alguna que otra moneda
por el número ridículo de mi supervivencia. Hay varios nombres de mujer –¿cómo
es Posible?– que me quisieron, a las que yo también quise: ninguno de los
implicados lo sabemos ya.
Hay nombres que son fantasmas,
números que son remordimientos (personas que seguro borraron hace tiempo mi
número de entre los suyos).
Hay gente a la que echo mucho de
menos, a veces, y a la que nunca llamo –nunca sabré por qué hasta que sea
tarde.
Hay un número cuyo nombre es un
signo de interrogación (?)
[…Y qué pasaría si uno marcase
alguno de esos números, cualquier noche, atracando y haciendo sentir el vértigo
que uno mismo sentiría en su lugar]
Hay, también, el nombre de una
mujer que durante años se llamó como una de las playas de aquel mapa que decía
al principio. Su número sigue siendo el mismo.
Espero que el mío también.
1 comentario:
¿Todos tenemos/tuvimos un contacto "?"?
Pd: ojalá llamase...
(precioso)
Un abrazo!
concdecandela.blogspot.com
Publicar un comentario