domingo, 2 de febrero de 2014

Con gratitud innumerable

Es uno de los mayores honores de mi vida. Una tarde de invierno, alguien me arrastró al número 8 de la calle de Alenza, en Madrid. Temblando, con el corazón en cueros metido en un sobre lleno de pájaros, de versos, de soles de la infancia. Nos recibió, con paciencia exquisita, un hombre enterrado en canas de setenta y un años que cuidaba del catarro de su mujer (de setenta y siete). No quise molestar más: sólo le entregué el sobre, dije gracias (setenta veces siete), nos fuimos de allí. 
A la semana siguiente sonó mi teléfono, y sonó esa voz.  

Yo tenía, aquel febrero, veinticuatro años. Ahora tengo treinta, y todo lo que fue estrépito es ya misterio. Y todo es ya una secreta, jubilosa, infinita y leal correspondencia. 




Por el pasillo de mi casa avanza
con muchos nervios y una novia de amor.

Dentro de un sobre blanco
toda la angustia y el fervor de la vida
hierven en el puchero del poema. La tarde
llueve sin lluvia: pura luz mojada
con la saliva de los milenios. ¡El tiempo
con su T grande y su sonido atónito!
Por el aire del comedor
flotan en su silencio las cavernas remotas:
los primordiales, pequeñitos, desconfiados:
–Socorro!, dicen, digo.  –Socorro, sombra!, gritan.
Qué tarde en Tiempo! Qué hora
cósmica, qué remoto este chaval
con su novia de amor!

Se van
con gratitud indescifrable.

(La mujer de mi vida
duerme lucha en la cama contra
su catarro septuagenario.
Amor mío cúrate cúrame.
Tu tos brama en el cráter de mi miedo.)

Mi cigarrillo.
El misericordioso cigarrillo.

Abro ese sobre blanco. Cómo suena
este crío súbito! Mira las palabras,
míralas, viejo extraviado: están vivas!
Este chaval mete la boca
entre los muslos de las sílabas
y ahí las tienes a las palabras:
vivas. Sagradas. Qué te parece!

Me debe a mí unos gramos. Una fanega
al capitán César Vallejo.

Ah, pero todo lo demás! Ahí, ahí su fortuna:
una deuda sin principio sin fin
lo amarra al prestamista de las llagas:
el Sino, la Materia, Dios, las Leyes
del Universo, qué sé yo, el Misterio:
el Gran Perdón.
Su nómina de llagas.
Su familia. Su abuelo (su abuelito).
Su infancia… Este muchacho
escribe levitando debajo de la tierra:
corre tras de sus muertos y sus viejos
con un premio de regaliz
en su boca resquebrajada.

Es un mendigo con la sien de oro.

De dónde viene este chaval.


(Cúrate, Curra. Tengo
una sorpresa para ti:
¿Te acuerdas de hace medio siglo?)



Con gratitud innumerable.



Félix Grande, febrero de 2008
[este poema fue posteriormente incluido, con algunos cambios
y bajo el nombre Polifónica tarde a tempo en niebla,
en su Libro de familia]




2 comentarios:

angel almela dijo...

Precioso poema y sencilla anécdota sobre tu relación emocional con Felix Grande.
Yo lo conocí en 1991, cuando vino a Cieza, a requerimiento de nuestro Grupo de literatura La Sierpe y el Laúd, para que diera una charla a los jóvenes escritores de la Región en aquel Encuentro que habíamos preparado en Cieza.
Aurelio Guirao lo presentó, y fue una noche llena de poesía y humanidad que recordaré siempre.

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

Yo conozco esa conferencia, amigo Ángel: la vi setecientas veces, grabada, justo antes de conocerle, de que sucediera todo esto -estabas allí, cómo no :) Un abrazo