No es tanto lo que uno pueda descubrir cuanto
lo que esté dispuesto a reconocer que ve. Ya lo dijimos en otro
sitio: todo el mundo busca la verdad, pero quién quiere saberla. Según ciertas
corrientes sincréticas es mucho más sencillo de lo que parece, pues los mayores
y más profundos misterios del Cosmos suelen parpadear delante de nuestras
narices, casi que en letreritos de neón. Pero cómo te vas a creer lo que ves por
ti mismo, habiendo el Divinity. Nos pasa a todos, constantemente; y por
esa ancestral estafa nos seguirán llevando al huerto los de siempre, así llueva
fuego y hasta el día del Juicio Final: no tienen que hacer muchos esfuerzos
porque, además de meretrices, ya les ponemos nosotros la cama [ ... en FTS C. Magazine ]
miércoles, 29 de mayo de 2013
domingo, 19 de mayo de 2013
Alejandra, Alejandra
La que no pudo más e imploró llamas y ardimos
A. Pizarnik
A. Pizarnik
qué encontraste, Alejandra,
al otro lado del delirio?
qué has visto allí, amazona viuda?
entiendes ya el idioma de tus cuervos?
te ofrendaron flores al llegar?
pude haberte amado, Alejandra,
honrarte tal vez como a una anciana;
como a una niña que me acusara bajo la lluvia,
harta de mirar tanto lo que nadie puede ver
lo que tal vez ahora vives,
vives ya al fin
allá en la bruma
eres ya feliz, Alejandra,
en el ocaso rojo en el que habitas?

visitan íncubos tu orilla
que te lamen el sexo toda la tarde?
ríes y fabricas marionetas
con las muñecas muertas de tu infancia?
tal vez pude amarte,
embajadora lúbrica del miedo
tal vez pude haberte amado
como amo ahora tu hora pálida,
tus ojos de abismo y profecía,
tu nana funeral
pero ya no enfermas, di,
ya no lloras más,
allá en tu capa y el viento acantilado
donde ya habrás entendido
lo que jamás podrá decirse.
G., 17/V/’13
miércoles, 8 de mayo de 2013
La Deuda
No le debes nada a nadie, salvo a ti mismo. Sé
que lo están logrando, que poco a poco consuman su crimen último, el más
perverso, que es hacerte responsable secreto de la miseria; aunque tú no lo
sepas, aunque ni tú mismo te des cuenta, aunque ni tú misma lo adviertas. Pero
quizás ya lo han conseguido: entonces habrán ganado, sólo entonces. No les des
esa alegría, no se lo pongas tan fácil a los mastines del terror. Sé que estás cansado,
que andas huérfana, que el mundo parece no tener orillas. Que el día es a veces
un laberinto macabro. Pero no es culpa tuya, créeme. No le debes nada a nadie,
aunque el peso que te va curvando la espalda te vaya susurrando al oído, como
un bufón fantasma, que debes pagar gota a gota el delito de todas las esquinas.
Es lo que ellos quieren hacernos creer, para así poder seguir haciendo su
negocio de horror y sangre: lo único que saben hacer en realidad –pobres desgraciados
en el fondo– para mitigar su miedo a vivir y a morir de frente. Pero ése es su
problema, su tragedia; no es justo que tu miedo ayude a esa guardería de
bestias a creer que ganarán algún día: sólo corren despavoridos hasta la cima
de la Nada. Quieren arrasar con todo en su carrera, porque al no ser felices
(en el fondo de su pútrida alma lo sabrán), al no tolerarse a sí mismos la paz,
no tolerarán que los demás sí sepamos serlo. Pueden vivir (dios mío), pueden
vivir sabiendo que nadie los quiere, cobardes, necios, castrados del
corazón, incapaces en su coraza empapelada en verde de querer a nadie en
realidad: porque el amor exige el coraje de asumir que puede uno perder lo que
más quiere, lo único con valor real, y no fiduciario. Por eso acumulan esas
ridículas cordilleras de dinero: creen estos miserables que podrán sobornar al
diablo cuando venga puntualmente a buscarlos. Pero da igual; no es tu drama,
afortunadamente, no es tu negocio. Aunque sólo sea por eso, hazte el favor de
no contraer ese virus de culpa que hiede cada día, y que ya ha conseguido colgar
sogas en los patios y arrojar ángeles por la ventana. Te lo debes a ti, se lo
debes a los tuyos, se lo debes a la vida. Es lo único que debes, tu única deuda:
vivir.
Sé que cuando no se encuentran culpables a
mano, cuando se tiene dignidad y se es buena persona y se sufre como si Dios
estuviera enfermo, grave, cuando no puede ni sabe uno salir a prender
fuego a todo, lo más sencillo, lo más recurrente, lo más sigilosamente cercano
que uno tiene para odiar y echar la culpa es la propia imagen del espejo. Pero
no te pases, no te rindas, no te consientas esa soberbia inversa de odiarte y despreciarte
por estar perdiendo –o eso crees– este asalto de hoy: no eres el Atlas que deba
sostener al mundo (el mundo, además, seguirá girando, seguirá ignorando y pariendo
y matando); y los que te rodean –piénsalo– no son en realidad los jueces
implacables que crees: están tan ocupados como tú creyendo que el resto de la
gente –o sea, tú mismo– piensa de ellos que no valen nada por no estar ganando
su propio asalto. Ya ves: un círculo absurdo de espejos deformes que sólo
proyectan sufrimiento, y que en realidad no existen, porque son mentira.
Aquellos que te quieren y saben lo que vales no piensan que seas un fracaso; aquellos
que te quieren no esperan tanto de ti como tú misma, porque te quieren por lo
que eres y no por lo que conseguirás o no, por lo que ganaste o perdiste (y si
te han hecho creer lo contrario tenles piedad: es su frustración la que habla).
Aquellos que te quieren –créeme– no son ese espectro sádico que te exige cada
mañana una explicación que no está en tu mano dar, que no necesitas dar: porque
la única deuda, si es que existe, es contigo.
Auscúltate, escúchate hacia adentro. Olvídate
del juicio final y de los caballos de Atila, desoye el ruido. Adéntrate en ti, cuelga bocabajo en el honor. Pregúntate cuánta
de esa angustia sube desde tu propio pozo, y cuánta que no te corresponde se
desborda de la pantalla, de la calle, de los otros: quítate ésta de encima,
achícala. Y en cuanto a la primera, a la que de manera legítima te atenaza por
no estar cumpliéndote, por haberte perdido o no estar siendo quien eres,
pregúntate si ya has hecho todo lo posible, si ya has quemado todos los
cartuchos (todos) antes de rendirte, porque esa angustia es sólo el agua estancada
clamando por cumplir su misión, por salir a fecundar lo que en su propia ley le
corresponde (lo que le corresponde: no lo que crees que otros creen que
le corresponde); si la respuesta es no, esa energía que te vampiriza la
tristeza merece un lugar más útil; si es que sí, si crees que ya no merece la
pena intentarlo, cambia de estrategia, pero no de plan, no de horizonte o sueño
o brújula: a veces, simplemente, no existe conspiración ajena alguna, y es
sólo que no estás enfocando la partida de la forma adecuada. (Si no quieres
siempre el mismo resultado, no hagas siempre lo mismo, dijo alguien que sabía
bastante de todo esto).
Sé consciente, sé humilde, sé valiente. No te
rindas, no les dejes ganar, que no te puedan. Asume tu responsabilidad, la que honestamente te corresponda, pero no les dejes convencerte, a los
lobos de dentro y de fuera, de que esa deuda es tuya: porque los de dentro son los
aliados que habrán de escoltarte, una vez vencidos, y los de fuera son
sólo unos lamentables infelices que jamás han olisqueado, ni en sueños, lo que
significa la palabra victoria: mira que hasta ignoran que su dinero no existe
en realidad, porque es sólo un delirio metafísico, deuda de la deuda de una
estafa de papel, mientras que tú guardas allá al fondo, en la memoria y el
futuro del corazón, los momentos de oro que te han de recordar siempre en qué
consiste el valor de cada cosa, y también su verdadero precio.
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