martes, 5 de septiembre de 2017

Cine de verano '17




Algunos niños siempre quisimos ser Indiana Jones. En los cines de verano, en las pantallas soleadas del invierno; en la proyección de la película propia que nos contábamos cada día, cada tarde al salir del colegio, cada noche antes de dormir, soñando con una vida que no existía aún pero que tratábamos de planear como el mapa futuro de una aventura que ya hubiéramos vivido de tanto imaginarla. 




Quizás te guste tanto el cine, como a mí, por ser ese extraño universo paralelo en que sucede la vida sin consecuencias. Sin consecuencias para nosotros, digo; los que participamos de esa historia desde esta orilla como testigos privilegiados de algo que está sucediendo en otro sitio, pero cuyo destino sólo nos afecta hasta que vuelvan a encender la luz. Quizás te guste tanto por ser una tregua: tu verdadera vida queda afuera; y bajo el manto celeste de este cine de verano, por ejemplo, puedes vivir las pasiones de turno en propia piel sabiendo, sin embargo, que pase lo que pase no serás tú quien muera, quien mate, a quien traicionen o quien tenga que traicionar, esta vez. (Quizás te guste tanto el cine, las novelas, cualquier historia que te cuenten para ir a dormir, porque lo que sucede es y no es verdad, al mismo tiempo.)




No se lo dirás nunca, ¿verdad, amiga mía? Te dices que sí, que sucederá, que alguna vez tendrá que suceder (hay tantos, tantos días –piensas– en esta vida, en este mundo...). Pero déjame decirte hoy, esta noche, ahora que no nos oye nadie y que en verano todo importa un poco menos, se perdonan más las faltas, que quizás no se lo digas nunca.




No es el sexo; es la desolación lo que nos une. No es el verano, su constelación de pieles lúbricas como soles, como lunas en celo, lo que nos imanta el uno al otro: es el frío que traemos de antes, de mucho antes de cualquier invierno.


No hay comentarios: