Un día, el escriba que Winston Churchill llevaba siempre
detrás (porque es sabido que los ingleses ilustres siempre han tenido uno de
ésos, como Oscar Wilde, para que la
Historia no se perdiera ni una sola gema de lucidez) transcribió un exabrupto
que desde entonces no ha perdido vigencia: “Un
muerto es una tragedia; muchos miles es estadística”. Y no me digan que no
es verdad. Si está usted, pongamos por caso, viendo el telediario de las tres,
con el puchero, y le informan de que están en vías de palmarla siete mil
personas en la India debido a un escape
de gas tóxico en una planta que una multinacional norteamericana tiene allí,
haciendo turismo, seguramente la voz de Ana Blanco –que a este paso acabará dando las campanas del Juicio
Final– no alterará lo más mínimo su deglución. Cosas que pasan, al fin y al
cabo; no somos nadie, etcétera. Ahora: si en vez de esa nebulosa, remota
historia, a usted le cuentan con pelos y señales el caso concreto del señor
Khan, que ha perdido la vista, a sus tres hijos y al perro, y que ya no podrá
volver a trabajar en su vida, quizás el potaje se le venga atragantando un
poco. Quizás hasta cambie a Saber y
ganar, donde lo más inquietante que puede ocurrir es que algún concursante
no sepa de qué color eran las bragas de Nefertiti.
Lo que hemos sabido ahora es que en
España se están produciendo unos 500 desahucios al día, con 119 suicidios
directamente relacionados con ese dato en lo que va de año. También, que hay ya
casi dos millones (1.737.900 exactamente, dicen, por no perder la afinación
numérica) de hogares en los que no entra un solo duro. Todo esto quiere decir
que podemos estar ya tranquilos, pues dejamos atrás señorialmente el zafio
terreno de la tragedia para entrar en el de la distinguida estadística
británica, la de salón, copa y puro. Aunque quizás en nuestro caso sería más
atinado decir casino: un término más acorde, al fin y al
cabo, con esa nobiliaria tradición de próceres locales de provincias que
siempre nos han arreglado el mundo (o sea la finca) entre el humo y los
bostezos del domingo. Pues tal es el entorno exacto del que proviene nuestro
actual prócer, señor Rajoy Brey. En
su caso fueron los geniales escribas de Las
noticias del guiñol –la más trágica pérdida
televisiva de las últimas décadas, por cierto– quienes le atribuyeron esta
impagable gema de lucidez, hace ya unos años, cuando era apenas ministro del
Interior de Aznar, o así: llegaba
algún otro amiguete suyo del Gobierno, a hacerle una consulta, y Rajoy, que
para donManuel Fraga Iribarne-que-en-gloria-esté
siempre fue la viva estampa del Churchill gallego, respondía, altivo y
socarrón, entre las sempiternas volutas de humo de su puro: “A mí no me pregunteshhh, yo no me meto en
política”.
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Rajoy consolando a su guiñol -o viceversa- (Foto: Gorka Lejarcegi) |
Yo no me meto en política. Hay que ser un genio, o poseer
directamente dotes telepáticas, para clavar de tal forma, y por aquel entonces,
la psique de nuestro registrador de la propiedad. Porque ése fue, ahora que
caigo, el primer trabajo del señor Rajoy, registrar
propiedades: ya ven que el que avisa no es traidor. Claro que aquello era
demasiada política para alguien cuya verdadera vocación era estudiar doce horas
diarias en bata mientras su madre le hacía los colacaos. Por eso tardó tan poco
en dejar aquel curro tan estresante, y por eso acabó entrando en política:
precisamente para no tener que meterse nunca en política. Todo esto, dicho así,
quizás suene un pelín abstruso, pero recuerden que la cosa va de salones y de
casinos, y no de ordinarieces como la lógica o la realidad, ésa que al parecer
acabó truncando tan inoportunamente el programa electoral de nuestro
hombre.
De modo que, según esta
aplastante I-lógica (Lógica 3.0), el panorama nos cuadra perfectamente:
Rajoy ha estado todo este año en su despacho de guiñol de La Moncloa, repantigado
en el otrora sillón de Zeus-Aznar y soltando circulitos de humo cual
Churchill gallego viendo al ejército de la crisis invadir Polonia (o sea la
finca), en una resolución de cuadro edípico como para que ande brindando Fraga,
allá donde esté, con Arias Navarro. Esperando, todo este tiempo, de puro
en puro, a que la tragedia derivara en estadística. Supongo que cuando los
españoles caídos (por la ventana) hagan un grueso suficiente en las aceras, el
prócer tomará cartas en el asunto. Churchill, entre frase y frase, acabó
declarándole la guerra a Alemania; lo de Rajoy sería aún más heroico, porque
tendría que acabar enfrentándose con los dueños del casino y a ver qué haría entonces
el hombre por las tardes sin su tertulia. Además, y en contra de lo que pueda parecer,
debe de andar muy ocupado, devanándose los sesos en busca de alguna frase para
la Historia que mejore la de su guiñol. No sabemos cuál de esas dos misiones es
más improbable.
[Publicado en FTS C. Magazine]