sábado, 17 de enero de 2009

Contraluz

Cuántas vidas pueden vivirse a la vez. Cuántas vidas se viven sin saberlo. Cada mañana un recuerdo futuro, cada tarde una herencia, cada noche una profecía. Cuántas vidas se viven sin que nadie lo sepa, sin que nadie repare en que uno puede ir andando a mil kilómetros de la acera por la que va su cuerpo al mismo tiempo; cuánto escalofrío puede llevarse de la mano, como un fantasma; qué es lo que verán ésas que miran entre el tráfico y la furia de algo que no puede verse. Van a dar las doce, pero cuántas épocas pueden habitar esta penumbra, esta vela íntima, esa calle de bruma que se abre a todos los caminos, como un oráculo. Cuántas vidas podrán vivirse a la vez, en el mismo segundo de un Tiempo que no existe. En estos días comenzarán ya a dar las seis en oro en el reloj de la Atalaya, pero será de hace décadas. En la cafetería de la facultad comenzará a filtrarse otra vez el aire nuevo de las cuatro de la tarde anunciando otro tiempo de banderas; también será para mí. Aquí en el Norte sopla un viento que nadie antes ha oído, pero yo ya he tenido la alucinación de una tarde de abril que ya viví, no sé cómo, hace siglos, en el mismo sitio. Cuántas vidas pueden habitarte a la vez, sin que tú mismo lo entiendas, como partero de una generación en desbandada. El niño desangrado en el periódico es el niño que murió el siglo que viene; el anciano que mira sin ver y no mira ya lo fuiste tú, alguna vez. Hay una mujer llorando en el umbral de aquella puerta; mira lenta, da un portazo, se va. Hay otra mujer recortándose a contraluz de las farolas del balcón; se da la vuelta, guarda silencio, y me mira. Este momento no está sucediendo ahora mismo, esta noche no existe: es sólo el recuerdo que he de tener un día. En alguna parte sigue la vida de todas las personas que yo sé. Qué estarán viviendo, qué estaréis viviendo, quizás en un túnel de espiral muy parecido a éste en que salís boqueando de una angustia para caer rodando por el vértigo de la emoción y la memoria. Subyugados por el miedo, pero también por la insólita revelación de lo vivido. Cuántas vidas a la vez, cuántas. Hay un balcón a varios años de distancia en el que sigue delirando de madrugada un niño que amaba a otra niña que ya no existe. Hay una plaza a muchos kilómetros de tiempo que sigue custodiando el secreto ancestral de la belleza. Esta noche atardece en mi país en añil y azul. Esta noche, Bruselas amanece hacia poniente a las cinco de la tarde.

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