jueves, 6 de diciembre de 2007

6 de Diciembre

Cada 6 de diciembre durante veinte años, mi abuelo Santos se levantó puntual con las primeras gotas de sol en las cortinas, con el silencio verde de la Vega, aún soñolienta en la mañana de fiesta; con las primeras risas de las vecinas en el patio de luces, que llegaban a la alcoba desde la ventana abierta de la cocina donde mi abuela le preparaba ya el desayuno. Luego de levantar la persiana y saludar de nuevo al día –qué rara es la vida, pensaría entonces-, se metía en el cuarto de baño y se duchaba y acicalaba con saña, como para una boda con la Historia. Al encender el primer ducados, la abuela se le chotearía en broma de su traje impecable y su corbata. Muchacho, ¿es que vas de estreno? Y el abuelo, con discreta socarronería, le respondería: “Es que es el día de la Constitución”. Después saldría al Paseo y hablaría del Gobierno de este mundo y del otro junto a viejos conocidos. A alguno de ellos, que en otra época o circunstancia no hubieran dudado en hacerlo fusilar, le ofrecería tabaco tranquilo, magnánimo, como ofrece el paso un caballero a las señoras. Pasado el mediodía, con todos los obreros del sol trabajando a destajo en la luz invernal y transparente de los chopos, la Atalaya y el comedor, regresaba, y tomaba el aperitivo en su cocina llena de familiares y vecinos; cuando nadie le veía, deslizaba furtivo una moneda en la mano de sus dos nietos, como un sol pequeño que hubiese rescatado del fondo más noble de su memoria. Cuando se sentaba a presidir la mesa, y escuchaba atento las declaraciones de los políticos en el telediario entre la algarabía de los comensales, una luz muy íntima, muy profunda, le llegaba hasta los ojos. Y entonces no hacía falta que dijese nada porque todo era diáfano: estaba rodeado de los suyos, entraba el sol a raudales desde la Atalaya, el pollo asado de la abuela sabía a gloria celestial; y era el día de la Constitución.

Han pasado casi treinta años desde que los españoles firmamos aquel pacto de silencio y no retorno, y casi nueve desde que mi abuelo se fue a seguir fumando sus ducados al Otro Barrio. Se han sucedido gobiernos de variado color político, se han alcanzado unas cotas de libertad y bienestar jamás alcanzadas en la infame historia de España, y algunos rotos que creíamos insalvables en las costuras de la sociedad se han remendado de forma notable: gracias todo ello, en gran parte, a que la izquierda española supo bajarse estrictamente los pantalones, y, en pos de la convivencia y el futuro, no reclamar los derechos y deberes históricos que legítimamente hubiera podido reclamar, tras cuarenta años de humillación y oprobio y represión bajo un régimen que devolvió al país a las catacumbas, e impuso el miedo y la muerte como norma para la mitad de la ciudadanía, mientras el resto del mundo civilizado miraba cuidadosamente a Babia. Sin embargo, a día de hoy, año 2007, ciertos sectores siguen confundiendo el Estado de Derecho con el Estado de Derechas, y consideran aquella Carta Magna, la Constitución española, una traición a sus privilegios históricos; cuando menos, un hermoso papel con el que limpiarse tranquilamente el culo o –según les convenga- utilizar como arma arrojadiza contra el adversario político (el enemigo, pensarán ellos), a quien, al parecer, siguen perdonando la vida. Hoy se les ha visto de nuevo, como tan frecuentemente en los últimos cuatro años, echando espumarajos por la boca, escupiendo odio por el colmillo, riéndose a carcajadas de la palabra Democracia en torno a su ancestral potaje de incienso, caralsol y té con pastas en el barrio de Salamanca. Insultando a todo lo que no huela a su propia miseria moral.

Por mi parte, me he preguntado qué hubiera hecho el abuelo, de toparse con tal jauría en uno de sus días de fiesta más íntimos, y también qué hubiera hecho yo. Mi reacción es imprevisible. Pero el abuelo, probablemente, hubiera pasado de largo junto a ellos, sin mirarlos, sin rebajarse un ápice. Probablemente hasta habría dado tabaco, si alguna de esas bestias se lo hubiese pedido. Y luego habría seguido camino de su reunión con la familia, la dicha, la Democracia. Recordando desde muy lejos; diciéndose que algunas cosas de la vida jamás tendrán remedio. Como el insobornable caballero que siempre fue.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Vale, no voy a discutir tu punto de vista, en absoluto, salvo cuando has dicho que "firmamos todos los españoles" el texto constitucional. Lo cierto es que sólo los españoles actualmente mayores de 47 años (si no me salen mal las cuentas) tuvieron algo que decir.

No voy a posicionarme a favor o en contra de las diferentes modificaciones que se han planteado de la Carta Magna, pero sí que se podría plantear un procedimiento esporádico de ratificación, digamos, cada 30 años, o así.

Claro que soy consciente de los grandes problemas políticos que se plantearían por los partidos que necesitan mucha menos excusa para malmeter el hombro para ganar nosequé carrera en lugar de pensar por las cosas que realmente importan.

Un Cordial Saludo y Feliz Día de la Constitución, por lo visto.

MaX.

Anónimo dijo...

Gran ejemplo el que nos dieron nuestros abuelos, sí señor, y gran servicio nos haces tú recordándolo, además de una debida justicia a su memoria.

Tú tienes una deformación profesional y yo tengo otra (quién gana a mala leche lo dejamos para otro día): cuando veo coherencia y cohesión en un texto me dan ganas de aplaudir (es lo que tiene corregir redacciones de principiantes). Enhorabuena, porque tú las vas regalando.

Y nada mejor que eso en un texto como "6 de diciembre", que nos recuerda que esos términos tienen significado también a nivel personal y social: yo voy a comprar un paquete de Ducados ahora mismo, por si le tengo que ofrecer uno a alguien de colmillos espumosos; sin rebajarme ni un ápice, eso sí, como tu abuelo.

Y otra cosita, no te ofendas, que no te asociaba yo con ninguna otra inclinación. De todas formas, sí, aclara cualquier duda.

Rodolfo Serrano dijo...

Emotivo retrato el que haces. para mí lo más importante.
Un saludo

Mucha dijo...

Interesante tu texto
te dejo saludos desde mí

Anónimo dijo...

Bueno y emotivo el retrato personal. Un abrazo. Carlos.