
Hay tardes
tan hermosas
Hay tardes tan hermosas que no se echa de menos nada apenas nada
Tardes en que entra el sol en el metro,
se huele a hoguera en la avenida,
respiran los acordes quince años
Son tardes extrañas tardes viejas tardes furtivas cómo decirlo
tardes como de algo oculto en el monte como de violín entristado
revelando no sé qué, no sé dónde
son tardes como de mirarlas por la ventana todo de oro,
como de sábado por la tarde en el balcón de la bisabuela mientras
ríen, hablan todos, allá dentro
-ya no mira ella; ya yo solo-
tardes tan hermosas por lo hermoso que pudo ser que es
todo en esta tarde en que se tienta
-corazón en cueros-
la emoción
Son extrañas dulcísimas mías, mías para mí estas tardes en que
cabe guiñar un desengaño a cualquier niño
o recordar a alguna anciana que yo también la quise, hace siglos
tardes ámbar u ocres o azulísimas en que urge ir silbando por la calle
y escuchando esta canción,
la piel de gallina la sonrisa a medias la lágrima a punto,
a punto de tarde de esta tarde
de una tarde dulcísima extraña viejísima en que
no hace falta imaginar
el otoño delirando por la Vega
padre y madre con café
pablito volando solo él solo
tarde bendita, tranquila tarde en que no es preciso recordar siquiera
un sauce de instituto un naranjo de colegio una plaza tres hermosas
dos amigos
tarde madre, tarde abuela, tarde novia que parece bordar
pavesas rubias de adioses mientras se demora mi regreso
tardes tan de miel y tan de azul que se abre un tragaluz
en los bolsillos
Hay tardes,
como ésta,
tan hermosas
que hasta es dichoso ir recordando ausentes por la calle,
vislumbrar emocionado allí a lo lejos
a todas las mujeres que me dieron cobijo
y recibir una limosna en la mirada
el mendigo aquel que se parece a mí
tardes –lo juro- tan hermosas
que rindo oscura pleitesía a mis fantasmas
y me dejo llevar tranquilo de la mano
de la niña verde del dolor
Hay tardes
-perdón por la tristeza-
hay tardes
tan hermosas
que no se puede no se debe no se debería
echar de menos nada apenas
nada,
nada…
M., 25/X/06