Pero todos estamos siempre buscando
casa. (Dónde la casa, dónde la lumbre, dónde el rincón en que rendir los ojos, mecidos
por el Tiempo de febrero, su cabaña del monte, al atardecer.)
Siempre estamos buscando casa;
pero al encontrarla, al habitarla, seguimos aún buscando, la lumbre alerta de
los ojos, tratando de descifrar al horizonte la otra casa que custodiarán los
niños en la estrella primera del crepúsculo. (Nos traicionamos continuamente,
sí, buscando la luz de más allá.)
Hoy se quisiera volver
(¿adónde?), pero sé que cuando estuve allí, cuando era entonces, también velaba
en la tarde, como ahora, acechando hacia aquel bosque otro candil. Todos
buscamos volver a casa. Y en la espiral del Tiempo vuelve el corazón en vilo a
habitarlas todas. Vienen comparsas de frío y de aire azul, de máscaras de sueño
por la calle primera del invierno; pasan vísperas de sol bendiciendo la fragua
primordial de mi Península, donde pudimos ser felices (donde lo fuimos, ¿recuerdas?,
muchas veces); y un gato niño llora
al otro lado de la pared ésta a mi espalda, llamándome todavía. (...pared, pared que callas, que no nombras,
/ que no avisas jamás de lo viene / y callas lo que vino y está siendo / a
dentelladas sordas, sin que suene.) Se levanta un alud de ámbar en los
párpados; se remansa. Y en un fulgor de lágrima puedo habitarme otra vez, a
contraluz de una vida que sigue viviendo, ella sola, que no terminará de vivirse
nunca, en aquella casa blanca de mejillas verdes y ojo azul y pájaros tutelares
del verano. Donde supe del milagro. Donde aprendí a rezar.
Casas, también, en que dormir la
culpa, oyendo el terrorífico sonido del mundo (algo había que hacer, había que
hacerlo cuanto antes: ¿el qué?). Casas
en las que esperaba a que llegaras; casas que no ibas a conocer nunca. Al
cabalgar la carretera, entre la luna y el cofre ardiendo hacia poniente, de
vuelta otra mil vez a la intemperie, entreveo en la llanura las casas sencillas
de la gente que vive aún ese silencio, que supo bendecir su casa, que quizás
sigue siendo feliz, todavía, muchas
veces. Y quiero parar allí, quiero quedarme en su penumbra, mirar todo ese
óleo, que anochezca. Qué es lo que buscamos siempre, buscando siempre tanta
casa, siempre más allá, siempre ahí a lo lejos. Qué carnaval, qué fiesta sorda
en el pasillo; qué noche deslumbrante de vestido de plata y cabellera de fuego
y antifaz, esperando en el balcón que alumbra el río. Qué espejismo que redima;
qué sortilegio que nos salve. “Aquí, en
esta casa, aquí te amo”; “Yo sé qué luz habrá a esta hora / en cierta calle, en
cierta casa, / en cierto jardín de génesis perdido / donde quedaron las ruinas
de mi cáliz”; “Porque me habitas, porque tú me habitas, lejana, / y eres la
voz, y el ciego fantasma centinela / que vela este secreto y su farsa cotidiana”;
“Como sobre las ruinas de una civilización sepultada, / otros vivirán; otros
–sin saberlo– habrán llegado, / habitarán ya el lugar de aquella casa”.
“En noches así,
tú eres mi casa”
Pero no; pero ahora ya lo sabes,
viejo nómada del corazón en cueros. Ahora ya no puedes hacerte trampas. Ya
sabes que, cuando la encuentras, la casa crece a tu alrededor como un alambrada
de hiedra: porque es sólo a ti a quien vas buscando por ese palacio vacío en
que lo tienes todo, sin saberlo. Vamos buscándonos a nosotros mismos por los
salones y los fantasmas, por las máscaras y los espejos, por el sol y las
catacumbas en que todo fue, todo será, /
todo hubo siendo / todavía. Pero ya sabes que sólo en ti la casa, el
palacio, el fuego que es fuego toda la noche y permanece. Así que olvidar la
cama, la falsa lumbre, el rincón en que dormirse y claudicar. (Sólo así se
rompe la jaula en luz: habitando los rincones más oscuros porque en la gruta,
en la cueva, en el sótano siniestro, alienta el Aleph de todos los delirios. Esperándote,
hace milenios, en el palacio de espejos de tu sombra.)
En todas las esquinas del mundo,
los mendigos que fui se lavan los ojos de locura. En las cabañas del monte
acechan los niños mi porvenir. Las mujeres que fueron mi casa siguen errantes,
por el camino que baja y que cruje de mi corazón a pie; pero ya se esperan ellas
solas, valientes, a sí mismas, ellas solas, en el trono de lluvia de su cetro
encendido.
Porque nada es afuera, todo es adentro,
y hacia adentro el verano invencible.
2 comentarios:
Ay, las casas, las casas... Qué te voy a decir. Cada casa tiene su propia energía, su propia magia y su propia maldición. Y todas son pasajeras. Me quedo con ese "hoy se quisiera volver (¿a dónde?)", porque ciertamente no hay ningún sitio al que volver. Y porque ya estamos aquí, ¿no? Aunque nos cueste tanto entenderlo y aceptarlo y vivirlo, ya estamos.
Pues sí. Aunque nos cueste tanto verlo, el 'aquí' -qué pereza, tener que 'ver' continuamente... :P
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