sábado, 5 de marzo de 2016

Los Panero, la muerte del padre, la vieja del visillo



Porque siempre ha habido clases, también existe una aristocracia de la destrucción.

La proba clase media española, y las otras, asistieron a tal revelación hace ahora exactamente 40 años, al descubrir en el cine, y después en televisión (lástima de una cámara registrando ese momento en los hogares…), a una señora bien, de aparentes ley y orden, ajada pero todavía hermosa, que hablaba como desmayándose sobre un diván del XIX, diciendo haber leído Madame Bovary mientras “caían las balas a su alrededor” en el verano en guerra de “la provincia”; a un joven airado y “muy mono”, según él mismo, llamando a su familia “la sordidez más puñetera que he visto en mi vida”; a un señor con acento mexicano intermitente y absurdo encantado de que le confundieran con “el gigoló de su madre” –la del diván–; a otro personaje insondable, tristísimo y genial, explicando que el lenguaje no existe, que él se autodestruye “para saber que es él y no todos ellos”, y que sus únicos amores de juventud fueron las mamadas de “dos subnormales” en un manicomio “a cambio de un paquete de tabaco” (…lástima de un En tu casa o en la mía, eh, Bertín…)...


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