viernes, 2 de diciembre de 2016

Crónicas parlamentarias (I)

Crónicas de la herencia recibida en CTXT (noviembre):



"Yo soy tu padre, Pablo Iglesias"

Era el primer duelo al amanecer de la legislatura, o sesión de control, a sable o pistola, entre Pablo Iglesias y Mariano Rajoy. Sería de cierto interés saber a qué hora se levantaron, respectivamente, después de la eterna sesión del martes, prolongada hasta más allá de las 10 de la noche; si tenían estudiada más o menos la lección; si a Rajoy todavía le quedan trucos de sus años de opositor para dormir poco y disparar como una metralleta al día siguiente; si Iglesias se levantó con las primeras luces para ver desperezarse el sol sobre Vallecas y limpiar con determinación taciturna su revólver del Alcampo. 


Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia

Mientras en un lugar del Caribe llovían flores amarillas por la muerte del Patriarca; mientras a escasos kilómetros de allí bailaban, todos juntos, náufragos y capitanes de yate en torno a un muñeco vudú al son de Gloria Estefan; mientras asistíamos al sepelio último del siglo XX, en fin, una irreductible aldea resistía aún en la Carrera de San Jerónimo. Peleándose, todos sus habitantes, por ser más revolucionarios que el vecino.


Minutos de silencio

El silencio, que es una forma del vacío creador, condensa por ello todo lo que se puede decir, pero sobre todo lo que jamás podrá decirse. Los monjes más arrodillados de la poesía –Rilke, César Vallejo, Alejandra Pizarnik– son aquellos que intuyeron que todo su oficio se reducía a cincelar el silencio, pues es éste el único que habla. Ciertos viajeros han comprobado que el silencio es –de manera consciente o no– un escudo defensivo de algunos indígenas en Latinoamérica ante la injerencia o el incordio del invasor (llámele también turista). Ante la muerte, gigantesco símbolo del todo y de la nada que no llegaremos a nombrar nunca, el único gesto coherente –si fuéramos coherentes en tales situaciones– sería enmudecer, porque cómo corresponder con el lenguaje a lo que no participa del idioma de esta orilla. Quizás olfateando esto último se le ocurrió al soldado australiano del ejército inglés Edward George Honey, según cuenta Wikipedia, el ya antiguo homenaje del minuto de silencio... 


Romper la piñata

"¿Qué hace una persona con 655 euros al mes?", preguntó Aina Vidal desde el atril del Congreso de los Diputados. Y las tribunas enmudecieron, graznó un cuervo desde una barandilla, y un remolino se paseó por entre la bancada del PP, tapándole por un momento la pantalla del móvil a Celia Villalobos. Pudo escucharse hasta el crujir de algunos resortes cerebrales de sus señorías, tratando de recordar en qué cosa invertirán tal cifra (cada mes).


¡Que vienen los reyes!

ecenas de jubilados de la noble Villa de Madrid se agolpaban a las 11.30 de la mañana de hoy [17 de noviembre] en la Carrera de San Jerónimo, cortada al tráfico y al transeúnte, para ver llegar a los Reyes, los de España, como si fueran en realidad los Magos y vinieran a traerles algo. “Niño, ¿te puedes hacer a un lao?”. El niño –el que suscribe– estorbaba a la vista de los privilegiados de la primera fila, mientras trataba de convencer a la Policía Nacional de que le dejara seguir camino hasta el Congreso. Recordaba la cosa a cuando uno era niño de verdad y tenía que negociar con los centinelas de las discotecas; ese pavor a perderse la fiesta. En este caso, los regalos de los Reyes. Pero hasta que no pasara la cabalgata no podríamos movernos de allí. 


Al salir, me esperas

...Nada es suficiente en esta santa casa. Todo es excesivo (menos los enchufes en la tribuna de prensa). Y los simpáticos ujieres velan por que se mantengan las formas allá do sea menester: no se pueden echar fotos si no está uno acreditado como tal profesional; no se puede permanecer de pie en las tribunas; no está permitido asomarse al tendido con el fin de echar un ojo a la bancada contraria, la de la oposición, de mucha mayor afluencia, por cierto, desde el comienzo de la tarde. La educación era el tema estrella de esta tarde, y mirando a sus señorías mirar el móvil, bostezar o cuchichear alegremente mientras se dirimían estas cuestiones, emergía la duda de si no eran más necesarios los ujieres aquí arriba o ahí abajo. 

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