domingo, 12 de julio de 2009

Del misterio


Uno de los misterios más hermosos, más insondables, más inquietantemente claros, es ése por el cual conspira la vida contra el orden de las cosas para mantener todo tu tiempo junto. “Lo vivo era lo junto”, escribió Luis Rosales: lo vivo es lo junto. Y la vida es al fin eso que sucede sin darte cuenta y que va reuniendo despacio, poco a poco pero fidelísima, todos los pedazos de tu tiempo, dándole un sentido extraño que ni siquiera puede entenderse pero que consuela, pues en cierta manera parece susurrarte que llevas todo tu camino escrito en los pulsos. “Porque la muerte no interrumpe nada”, escribió también Rosales, suplicante, con fe niña. Y muchas veces la muerte de tantas cosas, que creímos perdidas para siempre, tampoco consiguió interrumpir nada. Puedes estar fregando los platos a media tarde y notar cómo entra desde la ventana del patio de luces un olor súbitamente familiar que no pertenece a esta época, que ni siquiera pertenece a este país, pero que te trae con una clarividencia exactísima otra tarde de hace lustros en la que jugabas al contraluz de la escalera. Quizás sea sugestión, que tienes la cabeza en otra parte, pero a veces, al remontar por la mañana esa avenida llena de nieve hasta hace no mucho, jurarías que respiras a sal, que tras la última esquina verás la playa, y no cualquier playa. Es absurdo, porque estás en el centro de Europa, pero qué es, qué diablos será si no un soplo de brisa que ha recorrido miles de kilómetros desde aquella palmera tatuada de iniciales hasta aquí, sólo para recodarte de dónde vienes, o a dónde debes regresar. Ese sol de las cortinas a las cuatro de la tarde es el mismo de otro lugar que yo sabía. Esta guitarra recuerda sin yo saberlo antiguas melodías, secretas hasta que ella misma me guía los dedos otra vez. Quizá esa mujer sea todas las mujeres pasadas, presentes y futuras. Ah: porque el misterio no tiene por qué obrar sólo sobre lo sucedido, sino también por lo suceder, por los días que vendrán. Y cualquier noche puede asaltarte la imagen exacta de un balcón, una farola, una plaza desierta, mientras lees tumbado en el sofá algo que no tiene absolutamente nada que ver. Es la vida, de nuevo, susurrándote al oído su misterio sordo, intangible, pero diáfano como un oráculo. No hay más destino que el que uno quiera creerse, pero qué significan esas voces remotas de futuro, esas imágenes de leyenda como las ilustraciones de un cuento infantil que parecen ir a cumplirse una por una. “Sólo el misterio nos hace vivir, sólo el misterio”, sentenció Lorca, irrebatible. Pablo Neruda seguiría la misma senda del misterio para llegar a la poesía: “…pero desde una calle me llamaba, / desde las ramas de la noche, / de pronto entre los otros, / entre fuegos violentos / o regresando solo, / allí estaba sin rostro / y me tocaba”.

Aquí está la vida, sin rostro, tocándonos la cara. Reuniéndonos todo lo perdido, y todo lo que no hemos perdido aún, en un mismo instante. Haciéndonos entender que llevamos todo nuestro tiempo en un abrazo, y que poco importan este frío, esta lluvia, para poseer en un olor de brisa todos los veranos del mundo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tienes una manera muy bonita de escribir.

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

Merci :)