miércoles, 12 de marzo de 2008

Así

Así debería ser siempre la vida. Como un gran búcaro de música. Como el sol de escándalo en la ventana de abril. Como el cosquilleo en el estómago y la brisa en la espina dorsal y el corazón al galope cuando ella se giraba en clase, y sonreía. Como un día de fiesta y una tarde de fiesta y una noche de fiesta sabiendo que también será fiesta al día siguiente. Como una fiesta y unos amigos y una certeza a su trasluz y pasos de baile en una nube de carmín al regresar. Como el beso originario. Como la risa originaria. Como el regreso a la estación. Como los días felices y todos juntos y el sol camino de la mesa, anunciando dicha y mediodía. Como el día que aprendiste a montar en bici. Como el día que se hizo de noche azul en el recreo. Como la noche de la hoguera del invierno. Como la tarde del amor del agua en el verano. Como el sueño en que te adentras sonriendo. Así debería ser siempre la vida. Como un gran búcaro de música. Como las campanas del corazón a punto y todo a punto de empezar. Como la brisa en un tiempo de banderas. Como la sombra de la tarde. Como el vino de la tarde. Como la madrugada de par en par en el balcón. Como el tabaco que fumaba tu abuelo. Como el olor de tu casa al entrar. Como la canción que más ames cantada a pulmón y la guitarra a solas y la euforia. Como el cigarro que medita a solas, como el vislumbre de leyenda, como la niebla en la calleja a oscuras del silencio. Así. Así debería ser siempre la vida. Como un gran búcaro de música. Como un cabalgar y un abrazo y una vela. Como una plaza y un vestido y un candil. Como un llanto pequeño, tranquilo, pequeño, como un llanto niño y dócil y dulcísimo, un llanto que te acaricia y que te ríe y que te abraza lleno de emoción, y dicha, y gratitud.


(Exactamente la misma foto que hace un año, de anónimo y afortunado autor.)

miércoles, 5 de marzo de 2008

El PP y la niña de 'El exorcista'

“Más vale que no tengas que elegir / entre el olvido y la memoria”. Estos dos versos, esta advertencia sabiniana que encierra (como pasa frecuentemente en la magistral obra de su autor) una verdad pavorosa tras su aparente simplicidad, es asimismo un dilema que la vida nos plantea de vez en cuando, poniéndonos en la eterna encrucijada de lo que merece la pena ser recordado y lo que no: nuestro pasado puede ser ese patrimonio vital en que consistimos, que nos da respaldo y apretura, pero también un lastre, un fantasma cejijunto y desquiciado que no nos deja conciliar el sueño, que nos baja la tapa del váter al mear y que llama al timbre en el momento más inoportuno. Una putada, en suma. Los que guarden en su rincón más íntimo sucesos que le definan como ser humano y a la vez le produzcan un sentimiento parecido a la desolación, el remordimiento o las ganas de salir pitando, sabrán de qué hablo. Esas conversaciones que se evitan estrictamente. Esa traición de la que es mejor no acordarse. Eso que hiciste hace tiempo, y que, legítimamente o no, te sigue exigiendo responsabilidades muchos años después.

Todo esto de lo que vengo divagando es un problema que nuestra clase política, entre otras especies, resolvió, le resolvieron tranquilamente, en los últimos tiempos, gracias a la sacrosanta televisión. ¿Cómorrr? Que sí, señora. La televisión. Simplificando mucho, claro. Lo que quiero decir es que es tal la cantidad de información, vía televisiva, radiofónica, en prensa escrita, virtual, publicitaria, radiopática, por generación espontánea o chamánica (de chamán: esos directores de periódicos, o moderadoras de tertulias, o de homilías mañaneras, que se comen tres o cuatro setas para desayunar y confunden la información con las alucinaciones visionarias de su colocón), es tanto el ruido, digo, y funciona tan deprisa la maquinaria, que lo que hoy es noticia primordial mañana mismo es un garabato de Atapuerca. Y así sucesivamente. Lo cual viene de perlas cuando la has cagado bien, cuando has metido la gamba hasta el fondo. Cualquier politicucho de los que abrevan ahora mismo por el Parlamento lo sabe a los tres días: si esta mañana dices cualquier gilipollez, o cualquier barbaridá sin pies ni cabeza, o cualquier disparate franquista, o sabinoaranista, o castrista, tododiós lo sabrá a los dos minutos no sólo aquí, sino en la última aldea de Nicosia; serás la comidilla de la jornada, los informativos darán buena cuenta de tu memez, por la noche Buenafuente o Eva Hache –esa reina, esa diva del Chascarrillo- le sacarán toda la punta que puedan; quizás mañana algún periódico te tirará de las orejas en su editorial; pero luego, oyes, tranquilo majete en tu sillón: tacháaan: el silencio. Y la amnesia. ¿Qué yo dije qué, mandéeee? No señor, yo no dije eso. A otra cosa mariposa. Pinto pinto gorgorito y a tomar por culo la bicicleta.

La peña, claro (ellos, claro), contentísima. Ejemplo ilustrativo: ¿se acuerda alguien del ridículo de Rajoy y el alpargatazo de la vomitiva (lo siento, no me sale decir señora) Aguirre con el malogrado Gallardón? Sí, claro que sí. Pero, ¿no parece que fue hace siglos? Pues fue hace dos meses, creo recordar, tirando por lo alto. Dos meses: en términos informativos (en términos cotidianos) parece sin embargo que el episodio data del pleistoceno: últimamente no se habla ya del tema, no ha salido apenas en la campaña: ergo, no ha existido. Se podrían poner ejemplos de aquí a mañana (de cualquier partido político, ojosss), pero no quería ir a eso. Quería ir a otra cosa. Porque, sentado esto; sentado que tú y yo (y hasta los partidos políticos, en el fondo) sabemos que en el pasado cometimos ciertos errores sobre los que sería mejor no volver, no mirar atrás (no elegir la memoria); teniendo en cuenta que hay sucesos íntimos como fantasmas furibundos que no nos dejan vivir en paz, que nos tiran de las sábanas, pero que en el caso de los partidos políticos se esfuman en el tercer telediario (les sirven el olvido en bandeja, a ellos y a nosotros)… Sentado todo esto, no tengo manera de explicarme (o a lo mejor sí), no hay manera de que entienda, no hay manera de concebir… quiénes y por qué han sido los gilipollas que han dirigido la estrategia política del PP en los últimos cuatro años.

El señor Elorriaga, que es secretario de comunicación, o de organización –ahora mismo no sé- del citado partido, dio en el clavo el otro día, cuando vino a declarar al diario Financial Times, al parecer en plan entre tú y yo, colega, que no se entere nadie (jajajaja), que la clave para que éstos ganen las elecciones radica en neutralizar el voto socialista, o izquierdista, o tocagüevista: que se quede en su casa cuanta más peña mejor, porque como se movilicen pueden darse por jodidos (otra perla olvidada: ¿alguien se acuerda de esa ministra que, tras el 14-M, se indignó en público porque había votado una parte del electorado tradicionalmente abstencionista…?: qué escándalo, eh: gente votando en democracia, habráse visto…) . De puta madre. De modo que, por seguir la astuta treta, y en un alarde de maquiavelismo, supongo, es por lo que esta gente ha estado durante cuatro escandalosos años haciendo exactamente lo que hizo para que los mentados tocagüevistas votásemos en su contra por entonces: mentir sin ninguna vergüenza, tratar (hasta conseguirlo en parte) de intoxicar a la opinión pública poniendo a los jueces –oh paradoja-, a las fuerzas de seguridad y al sistema mismo en tela de juicio, a la democracia a los pies de los caballos y a unos cuantos mafiosos de extrema derecha como seudo portavoces de un proyecto basado simple y llanamente en el descrédito, el todo vale y el mamporreo más ordinario… Y en éstas que llega Rajoy, el otro día, y como hermoso y sutil corolario de toda una legislatura en la oposición haciendo encaje de bolillos, portándose bien, los nenes, para no cabrearnos –por lo visto-, va y le suelta a Zapatero, mediado el segundo debate y ante millones de españoles patidifusos: “Usted es presidente por Irak y por el 11-M”.

Ciertamente, el PP encontró una tercera vía que no pasa por elegir entre el olvido y la memoria: radica en sostener el error desde el principio, e intentar convencer y convencerse de que no fue tal; agarrar por el cuello al fantasma (supongo que la soporífera niña de Rajoy, versión posesa de El exorcista), en vez de ignorarlo, o dejarlo ir, y darle de hostias para que entienda de una vez que la culpa es suya y no tuya (en este caso, no de Rajoy, aunque fue quien metió a la niña en un colegio del Opus, y ahora está hecha un lío porque no sabe si hacerse monja o meretriz). Decirle al fantasma, con el puro en la boca y la gomina bien fijada en el pelo: usté no sabe con quién está hablando. Y así, de esta manera tan hábil que te cagas, el Partido Popular ha conseguido lo que probablemente los partidos de izquierda no hubieran conseguido ellos solos: que tengamos todos bien presente, a la hora de ir a votar, qué clase de personajes pueden volver a gobernar, si les dejamos. Hay que joderse con la ironía: el mayor motivo para votar contra ellos, que fue el de las mentiras consecutivas tras la mayor masacre de la historia de España, nos lo han venido sirviendo ellos mismos, todos los días, puntuales, a cucharadas, ésta por mamá Acebes, ésta por papá Aznar, con esa riada de despropósitos desde el Parlamento, la prensa, el Golum de la COPE y la Santa Inquisición Episcopal. Ellos mismos han conseguido, y dale perico al torno, que todos los cabreados de por entonces volvamos a votar en tromba a su fantasma. Y van a perder otra vez –y con mayor estrépito- las elecciones.

Con lo fácil que hubiera sido cerrar la boca, y dejar que la televisión hiciera el resto.