viernes, 1 de mayo de 2015

La buena educación




Hay una España que no es un Estado, sino un estado de ánimo. Hay un lugar que se llama así, de manera íntima, y que no es un lugar físico siquiera, ni una abstracción patriótica y folclórica (refugio de canallas), ni una historia de hambre y sed y cuchillos, sino la memoria tenaz de un sueño que hubiéramos ido compartiendo, algunos, en “las últimas habitaciones de la sangre” (Lorca), y que no puede llegar a explicarse con el idioma del diccionario, sino con el de las intuiciones más antiguas. Como una madrugada de verano en que vivimos algo irrepetible ante el balcón abierto, y que al día siguiente es apenas una bruma dulce en los ojos y en la piel de la resaca: un estigma interior sin forma ni dueño, palpitante de luz, que habla. [Sigue leyendo]

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