No confíes en abril, niño, no le
creas. No le esperes. No te fíes de ese ladrón azul, ni de la sombra de su sombra. No le busques (pero qué buscas, qué
buscas, qué buscas siempre: “si siempre
buscas, siempre buscas”, te dijeron hace tanto; y sólo al encontrarte lo
recuerdas. Al encontrarte a ti solo). No mires al horizonte y su acuarela
acuchillada, su óleo de crepúsculo y cuchillo verde. Irás mirando y caerás,
caerás en ese verde, en ese azul, en ese añil como el crimen de un ángel
acuchillando a otro hacia poniente. Sabes que no llegarás nunca a ese poniente:
ya estás en él. Pero no lo ves, y entonces buscas, y entonces esperas, y
entonces confías en que va a llegar a por ti, va a llegar abril a por ti en una
cabalgata malva de ninfas y coronas, o en una comparsa de títeres y niños que
te abrigue en ese banco en que te rindes, esperando. Pero no puedes esperar,
niño: no le creas. No te fíes de abril, del camino pálido y a pie, ni de la sombra
de su sombra. No te fíes de la bruma del velo del sueño mendicante de la noche
de abril (no te fíes de nadie en abril). No recuerdes el otro abril, aquel,
pues sólo existió, como éste, en la bruma del sueño en que te meces. No te fíes
del recuerdo del balcón, del recuerdo de la plaza, del recuerdo del recuerdo.
No vendrá esa carroza dulce del silencio a llevarte a parte alguna: porque ya
estás en ella. No creas que hay salvación al otro lado, que han de verte cómo
avanzas por el camino que baja y el camino que cruje y el camino que (si hay algo quebrado en esa tarde, serás tú).
No esperes que te vean, niño, si no te miras tú. No esperes que te busquen, si
no te encuentras. No escapes: de ti no hay lugar donde escapar. Y no pidas. No
mendigues a abril que te devuelva las migajas del pájaro que huyó, de la
golondrina funeral. No te fíes de abril, no te fíes nunca en abril, no te fíes
de nadie en abril, niño, errante, perdido. No le esperes con flores en la
esquina más azul, no trates de burlar a la guardia del rey, no duermas sin
dormir toda la noche en la cornisa negra donde vela la luna su insomnio haciendo
lunas toda la noche: no va a venir; ya vino sin que tú supieras, sin que tú
pudieras saberlo, aunque no tienes nada que saber, no hay nada que saber, no
hay nada que puedas saber de abril, en abril. No hay nada que esperar (la
esperanza es una cárcel; recuérdalo tú y recuérdalo a otros, a todos los que
esperan también que alguien les saque de ahí, de esa cárcel con vistas a la
tronera del bosque de abril). No te fíes de nadie, niño. No te fíes de la
sombra de la sombra del ladrón, de la sombra de la sombra del balcón. Pero
sobre todo no te fíes de abril, de su túnel amarillo hacia poniente: abril es
el mes más cruel, sí. Porque promete luces, pero siempre acaba acuchillando,
ahí hacia poniente; tu poniente, tu ramo de cuchillos, tu mendigo verde. Océanos
de soledad en sangre.
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