Porque sé que lo escrito es
profecía, voy a escribir que el templo de esta casa seguirá diciendo su oración
mucho después de todos los septiembres del mundo, de todos los principios del
mundo, de todos los finales. Porque sé que todo lo escrito es una larga carta
de encargo al porvenir, a sus senderos que se bifurcan, voy a escribir que lo
vivido en el amor y en el dolor es la alcancía inagotable que enriquece a los
mendigos del Tiempo, a los nómadas del corazón que viven caminando y saben que
la vida sólo responde si se le deja hablar, sólo se abre paso si se rinde uno,
humildemente, a otro vacío. Porque sé que nada permanece y todo queda, todo
sirve para siempre antes de morir, voy a limpiar los cristales de esta casa
abierta de nuevo, para que entre de nuevo la luz hasta su trono, parpadeando el
santo y seña del vigía tras las ramas que se mueven del ciprés anciano de estos
años.
Porque sé que alguien escucha
siempre en alguna parte a los niños del exilio, los que reímos y cantamos y
tenemos miedo (porque tenemos miedo), voy a escribir a quien sabe para que
pueda ayudarme yo a darme de comer, a ser fuerte con mi llanto, a ser justo con
mis juguetes más heridos. Porque sé que me escuchan, voy a pedir que la luna sea
siempre el farol que lleve hasta la casa, el sol la bandera que regrese siempre
hasta la mía, donde me quieran. Porque sé que todo lo escrito es profecía, voy
a escribir que todo lo vivido aquí es sagrado como la misma tarde que se
pierde, como la noche que se cierne en cueros llamándome otra vez, al otro
lado, con los demonios sagrados de la vela. Y porque sé que vive aún ese animal
que perdí, rondando a mi costado mellizo, voy a escribir que toda la luz de los
veranos aquí fueron verdad y fueron certeza, más allá de la ceniza, por encima
del llanto, a mil besos de profundidad de los errores, de mi error, de sus
cuchillos.
Porque sé que todo lo escrito es
la carta alucinada al otro lado que quizás lean los muertos para que no les
falte de nada, para que podamos seguir necesitándoles, voy a escribir otra vez –como
tú me dijiste entonces– que el miedo es sólo una máscara de arlequín haciendo
muecas de niebla en la puerta de Todos los Caminos. Que todo lo vivido sucedió
desde siempre y para siempre, dando en el mismo acorde la infinita oportunidad
repetida a las estirpes condenadas a la soledad de los dormidos. Que los
inviernos fueron buenos, que los errores benditos fueron para saber en qué
lugar del camino nos atrapaba la nieve. Que si no es a la intemperie, arrojados
ya del jardín, no encontraríamos jamás la senda ni el camino.
Porque sé que todo lo escrito es
oración si se hace con un ojo en esas luces y el otro en el Otro Lado, voy a repetir
que todo será siempre una secreta, jubilosa, infinita y leal correspondencia.
Voy a decir que todo será cumplido como la misma profecía de aquel poema de
aquel invierno en que te oí. Voy a mecerme y a susurrarme ante el balcón
abierto de la época que se derrumba que vivir es el beso que nos da el Tiempo
en su latir, creciendo y devorándose a sí mismo de amor y terror. Voy a
recordarme que hay algo siempre, respirando a nuestro lado, que nos cuida del
terror en la placenta que no se rompe nunca. Voy a escribirme otra vez, pues es rezar arrodillado, sin que nadie me oiga, corazón, que cumpliré conmigo lo
acordado, que seré fiel conmigo a lo pendiente, que intentaré ser bueno conmigo
en todo
que voy a ser bueno
conmigo
en todo.
1 comentario:
Es ése, cómo no, el mejor acuerdo al que podemos llegar con nosotros, con Dios, con el mundo o con lo que quiera que andemos tan peleados. La vida cuida cuando nos cuidamos. Y, como siempre, sigue fluyendo a través de tus palabras, y eso ya es un gran regalo.
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