Se forja cada hombre al vendaval.
Escombros, papeles jóvenes, madera o piedra, se forja cada mujer a la
intemperie. Solos.
Desgarraduras, arañazos,
dentelladas del dolor que nos van haciendo; como la pared aquella silenciosa y
blanca de la tarde quieta. El Tiempo es nuestro druida, el alfarero. El Tiempo
nos macera y nos escancia; nos madura hermosos para la guerra del Tiempo, para
matarnos. Nos va azotando, a tientas, de aquél a este rincón. Algunos no se
reparan nunca de algún golpe, de la ventisca asesina. Somos muñecos de trapo en
alguna calle que arrasó el carnaval, que enfría ahora la madrugada. Ese viento
es nuestro padre, nuestro tutor, el criminal. Vamos chocando despavoridos por
el aire y el suelo y el invierno, por la ceniza y el candor y la piedad, por el
verano implacable que no da sombra. Vamos empujados por el viento, sus mendigos:
porque huimos de ese viento. Porque nos da miedo el dictador. Abismados a
ciegas en el vértigo, en el baile macabro en soledad.
No sabemos que la calma espera,
agazapada, en el ojo del huracán de esa ventisca.
1 comentario:
No sabemos que en la tormenta podemos encontrar el equilibrio. No sabemos que nuestro refugio es encefálico.
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