lunes, 2 de noviembre de 2009

Ey


Yo sé qué luz habrá a esta hora en cierta calle, en cierta casa, en cierto jardín. Recuerdas la ansiedad, recuerdas el azul? Recuerdas los sauces, los escalones, las ganas de escapar? Y siempre parecía ser domingo. Adónde irían esas parejas sin nada ya que hacer. El periódico traía crónicas de hace siglos. El sol se alejaba como un mendigo, sin llamar a la puerta siquiera. Y debajo del cojín alguna huida, algún crimen menor, alguna broma de mal gusto -qué torpe soy, a veces-. Yo sé qué luz que ya ni queda habrá a esta hora en aquel sitio que ya no existe. Pero no pasa nada, créeme, no pasa nada ya.
Sólo esta tarde que parece de domingo, con aviones que van llegando adonde yo pensaba que quizás -cuántos pasaban por allí-, con café que no se le parece nada, con goteo impaciente en la tarde cerrada como el que a veces se oía, al apagar la televisión. Pero yo no tengo televisión, y quizá por eso me fijo en la pantalla de los cristales, para escuchar cosas lejanas que nada tengan que ver conmigo, y que no duelan. Aquellas películas estúpidas de sobremesa en las que ellos jamás miraban como yo sé, y ellas nunca decían algo que produjera un silencio de media hora de metraje. Sabes lo que quiero decir. Y es eso todo, al fin y al cabo, será eso? Faros de coches lamiendo el asfalto en círculos, en espiral suicida hacia ninguna parte. Pero iban a algún sitio esas parejas, no? Y sabrían adónde? Qué absurdo. Vivir consiste en no hacerse preguntas, leí en una de esas tardes que parecían ser la misma. Quizás sobrevivir consista en no hacerse tantas preguntas. Pero qué le vamos a hacer. El frigorífico no tiene hambre, los platos ya están limpios, la botella de vino a la mitad. Y para qué apurar todo el periódico, pudiéndome mirar a los ojos. Y para qué fumar en el balcón, si no molesto a la guitarra. Pero no me hagas caso: es un otoño frenético que vive en todas partes menos en mi casa (¿?), y que no se para un segundo a pensar ni escribir que hace más frío ahí fuera, que darán pronto las doce en punto de hace tanto, que va declinando la luz poco a poco, en este balcón, en aquel jardín. Mucho más rápido en este balcón: despunta una luna enorme hacia las nubes del este. Mi campana, la que apenas sonaba entonces. Y al final tendrás razón: tendré que levantarme del sofá -qué perezoso soy, a veces-. Y tendré que sacudirme y salir a la calle, aunque a otra muy distinta, a inventar de nuevo luces de viernes por la noche en esta tarde que parece de domingo. Dónde los silencios asesinos, dónde la ansiedad? Surcan otros aviones ahí arriba. Pero ya no pienso en la huida, ya no sueño con cogerlos: ya los cogí, mi amiga.



6 comentarios:

anónimo dijo...

eso es bueno, no? No pensar en la huida, quiero decir.

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

espero :)

angel almela dijo...

Me gusta.
Enhorabuena.
SOMOS EL TIEMPO
Somos el tiempo

Bluma dijo...

anda, vuelve...

un besote desde Ciudadgris.

Unknown dijo...

quédate conmigo, yo te ayudo en las tardes de domingo

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

ahora que me despido,
pero me quedo

:)