miércoles, 21 de marzo de 2007

Óyeme

Algo tendrás que hacer. Digo yo. Algo tendrás que hacer. No, no lo sé, no sé el qué. No tengo la respuesta para eso; nadie la tiene. No sé qué carajo decirte, qué conjuro; qué clase de alquimia boreal sería capaz de romper esa masa oscura, esa puerta de piedra que llevas por ojos, como la ceguera de un animal de carga; cómo liberarte de esa yunta de bueyes que pareces llevar por equipaje, encorvándote, ese signo de interrogación de la desdicha. Ojalá tuviera la palabra exacta para hacerte reaccionar, sacarte de la jaula, regresarte a la algarabía de los bares y las plazas. Ojalá pudiera penetrar en tu desgracia hasta parar la proyección de ese drama asfixiante que en algún momento maldito se te quedó varado en algún sitio, en la sala vacía de tu memoria: interrumpir la película, reventar la cinta, rebobinar hasta ese atardecer añil en que remostaste el río tú sola en bicicleta, o avanzar hasta ese mediodía futuro en que vuelvas a sentarte a la mesa y vuelvas a sorprender la sonrisa de Dios en la paella majestuosa de tu madre. Ojalá pudiera mentirte. Porque, óyeme bien: yo no creo en Dios. No al menos en el sentido estricto del término. Pero sí puedo asegurarte que aunque el mundo te parezca hoy un lugar vacío, tu historia no ha terminado. No te mentiré. No seré cínico. No intentaré disuadirte la tristeza diciéndote que hay esperanza, que es noble la vida, que en su daga asesina oculta una inyección de soles y conversación en el Paraíso. No insultaré tu inteligencia: jamás te diré que el sufrimiento es necesario: porque nada puede sembrarse de una lágrima; porque cualquier aullido es una afrenta a los antepasados que te quisieron feliz; porque el hecho de pertenecer a una especie de animales inconsolables no justifica que la Desolación sea un gobierno justo. Es una dictadura. Tu cara, abatida por el desamparo, es una dictadura. Tu llanto, una dictadura. Y la forma que tienes de despertar, de salir a la calle, de enfrentarte al mundo: una dictadura. Por eso, nunca te diría que todo esto tiene un sentido; no soy tan soberbio. Y yo qué sé si tiene sentido esta perra vida. (Además, hubo Alguien sapientísimo, hace mucho, que ya apuntó: “Y la vida no es noble, ni buena, ni sagrada”). Pero óyeme bien, de nuevo: sí puedo asegurarte que saldrás de ésta. No seré tan imbécil como para afirmar que verás la luz un día y serás feliz hasta el último aliento de tu existencia. Pero sí estoy en condiciones de decirte que una tarde de éstas, exhausto del debate interminable con tu depresión, oirás el sonido del tren a lo lejos, o verás demorarse un poco más el sol que acaricia tus libros, o te mirarás al espejo y te encontrarás tan soberanamente absurdo que no tendrás más remedio que partirte de risa. En ese instante eterno, lleno de Duende, probablemente tampoco veas a Dios. El mundo seguirá siendo un lugar hostil. Toda la gente que amas se extinguirá algún día igualmente. Y sin embargo algo muy dentro, como una nota muy pequeña, muy tímida, te dirá que la vida, de nuevo, y hasta que Dios –?- o el Diablo pidan carta, ha vuelto empezar. Seguirás siendo tan desesperadamente extranjero como antes, pero habrás conquistado, al menos por ese instante salvífico, la gran frase: Pero Qué Cojones.

Sécate las lágrimas. Pon la canción más canalla de tu adolescencia. Ahí adentro arrecia tu frío, pero mañana, oficialmente, descabalga aquí la primavera.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Hay un Golfo por ahí que tiene mucha suerte de que seas su amigo... Casi haces que se me salte una lagrimilla, mala pécora. Un beso

Anónimo dijo...

Uy cuánto sin firmar por aqui... Pero supongo que esta vez estoy obligado a ello. Sé que decir gracias, a secas, es un poco simple, pero como no tengo tu prosa esplendente (qué palabro más horrible), tendras que conformar.

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

Eeeeeh. En fin. Lo de la prosa esplendente es inapelable, qué te voy a decir (ah, ah, ah). Pero aviso que esto no tenía destinatario concreto; digamos que he cogido un poco de aquí, un poco de allá... En fin, Marquitos Luna. Javier Cercas se congratula de tu regreso al bar ése donde se juntaban, cómo se llamaba... Ése :)

P.S: No todos podemos tener la audiencia retroalimentaria de los ególatras fotologueros (modernos de mierda, me faltaría apuntar, jejej)

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

Que no vuelva jamás la Nube Negra, Carletes :)

Anónimo dijo...

Incontestable este post. Yo, como Yec,también prefiero éste a alguno anterior. Siempre sin desmerecer, claro.

No sé si pretendes que comente algo el texto, pero desde luego está especialmente bien escogida la fotografía: un rayo de luz atravesando el bosque, triunfando sobre la invernal oscuridad que no nos deja ver el bosque.

La próxima vez pon una foto y que la gente interprete.

Un Cordial Saludo,

BeRG.

Anónimo dijo...

No me puedo creer que no tenga un destinatario concreto pero me viene muy bien que lo digas. Voy a hacerlo mío, que buena falta me hace...
A partir de mañana voy cambiar la banda sonora que me acompaña a todas partes. Escuchar el Réquiem de Mozart veinticuatro horas al día no debe ser nada sano. Gracias por el consejo.

(A mí me gustan todos pero yo soy una fan y las fans no tenemos capacidad de crítica. Cada uno tiene su punto y momento y su toque especial y ese algo que te llega de alguna manera.)

Besos con sal.

la cocina de la nube dijo...

Que bien escribe este muchacho.Un abrazo muy fuerte amigo