viernes, 12 de enero de 2007

Lady in red

Al verano de La Manga.
A mis amigos.


Era la mujer más hermosa del Mediterráneo. Y, mira tú por dónde, había ido a parar precisamente a esta costa, a esta noche, a este bar. Era, debía de ser la mujer más hermosa jamás avistada en cualquier latitud de esa noche azul de plata entre la media luna de Estambul y el sortilegio de ron de Cabo de Palos, y sin embargo ahí estaba, en esta misma costa, en este mismo bar del mismo puerto, apenas unos pasos más allá de la trinchera de la barra donde él bebía con sus amigos y no dejaba de repetirse que era, debía ser, era la mujer más hermosa del Mediterráneo.

Debía serlo, porque nada más entrar al bar y a pesar de la penumbra, a pesar de la música a toda leche en éste y en los demás bares contiguos y del rumor adolescente a pie de dársena, a pesar del alcohol, el delirio y las partidas de ajedrez en las miradas, a pesar de todo eso y nada más entrar al bar se abrió un claro entre la gente como una explosión o como un escándalo que hizo que todos se girasen y todos la mirasen y enmudecieran, y entrase un vendaval de brisa y se santiguaran con la izquierda los borrachos y hasta el dj, que no dejaba de dar por saco con el ave maría, cuándo serás mía, cambiase el tema de golpe por aquello de y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres, porque el amor, cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren. O quizás nada de esto sucedió y lo que pasó en realidá fue que entre el décimo séptimo trago y el impacto de la visión inicial como una cuchillada en el estómago creyó ver y oír cosas que no terminaban de pasar, que nunca se sabe en estas circunstancias. Pero bueno. El caso es que la Mujer más Hermosa del Mediterráneo entró al mismo bar que él, se inclinó un momento sobre la misma barra en la que él estaba acodado más allá, en la esquina, y le pidió algo al camarero que él no pudo oír pero que creyó leer en sus labios: “vengo buscando un corazón”.

Lo mismo podía haber dicho ponme un vodka con limón, o esta música mola del copón, pero no: él sabía perfectamente lo que acababa de oír. Vengo buscando un corazón. Fuera así o no, lo cierto es que al poco rato de que le sirvieran, y estando en pleno éxtasis hilarante con sus amigas –que también tenían su punto, quieras que no-, se le acercó un rufián directamente salido de Los vigilantes de la playa, que se había abierto camino a codazos entre la gente y se había colocado justo a su lado, soez. Estudias o trabajas, nosequé. Verdes las vas a segar, imbécil, pensó él, dándole un trago al Negrita. Ella, efectivamente, cruzó dos frases con el imbécil, distante, y el otro se fue por donde vino. Qué te diría, pensó él. Qué te diría yo si pudiera, si la cuchillada en el estómago me dejase acercarme a ti, olerte muy de cerca, mirarte a los ojos muy despacio. Vente, quizás, te diría. Pero qué haces aquí, vente conmigo, qué tienes que perder...

-Acho, qué pasa, qué pijo miras? –uno de sus amigos se le acerca, le pregunta que qué pasa, que qué pijo mira, y se le queda mirando por encima de las gafas.

-Eeeeeh, ná, ná, no pasa ná.

-Pffffffff…

Pero le acaba de mirar. Ella a él. Ha sido sólo un instante, fugaz, pero con la intensidad de un taladro a la altura del estómago. Tienes que acercarte, se dice. Tienes que ir allí, disimuladamente –algo más disimuladamente que el capullo de Los vigilantes de la playa-, y tienes que decirle algo. O hacer lo que sea para llamar su atención. Hacer el payaso, subirte a la barra, robarle el bolso y salir pitando y que ella te siga, y que al salir la acorrales y le digas quieta ahí, los labios o la vida. Tienes que acercarte, antes de que sea tarde, y hacerle saber que existes y que la has visto y que antes de que amaneciera debías decirle al menos que es la mujer más hermosa del Mediterráneo, o improvisar algo, aunque sea robado, he surcado océanos de tiempo para encontrarte, quiero hacer contigo lo que hace la primavera con los cerezos, báilame hasta el final del amor, y si te pregunta que por qué pues le respondes eso que tanto repite el otro capullo solemne, el Miguelton: porque es de noche, porque somos adolescentes, porque estamos borrachos…

-Acho, yo voy a por otro, tú quieres? –otro de sus amigos se acerca a la barra, junto a él, en busca de la siguiente copa.

-Va a ser, va a ser...

-Y a ti qué capullos te pasa, si se puede saber?

-Ná, tío. La insoportable levedá del ser.

-Ahhh –el colega pone cara de hastío infinito-… A mí déjame, que sólo quiero bebeeer…

Y mientras piden otra ronda y no la piden, y acaba una canción y empieza otra, él no deja de calcular estrategias, caminos, probabilidades de éxito o de fracaso o porcentajes variables de relevancia del fracaso cuando se tienen diecisiete años y es verano, y es de noche, y se está borracho. Y mientras él hace sus cábalas y mira o no mira de reojo e intenta por todos los medios ponerse vendas de osadía en la hemorragia del estómago, la Mujer más Hermosa del Mediterráneo le ignora de manera notoria –él ya duda sobre si la mirada anterior fue real o un espejismo-, baila y resplandece como una vela en la penumbra de una alcoba, bebe, ríe, lidia magistralmente con los sucesivos moscardones, polillas alrededor de un mismo farol -mis semejantes al fin y al cabo, piensa él ahora: mis hermanos-, y se deja llevar por el compás salvaje de una música que parece poseerla o parece hechizarla o al revés, como si fuera ella quien marcase los acordes como un imperativo supremo de sus caderas de vértigo bajo el vestido rojo... Ya se le andaba acabando el vaso y sentía cada vez más cerca el momento fatal: ahora o nunca. (Maldita seas, le diría, esta vez sí. Maldita seas que duele mirarte. Maldita seas si ahora mismo no te vienes a bailar conmigo con el acordeón del rompeolas. Maldita seas si no amaneces hoy conmigo de arena hasta los dientes. Conmigo…

-Me parece que nos vamos a ir ya, eh…

Se va a girar, para decirle a su amigo que no, pordios, que espere, cinco minutos, al menos cinco minutos más. Pero no puede. En ese momento ni siquiera acierta a decir nada, ni a girar la cabeza, porque lo que acaba de ver le ha vuelto a abrir a bocajarro la herida del estómago, esta vez con una sangría de sudor frío que le recuerda vagamente a cuando, hace no tantos años, el profesor le llamaba para salir a hacer una ecuación a la pizarra:

La Mujer más Hermosa del Mediterráneo, ahí enfrente, en la penumbra, dejándose lamer la boca y sobar las caderas por el capullo de Los vigilantes de la playa.

-Bueno qué, nos piramos?

-Sí –responde él, regresando lentamente, poniéndole una mano en el hombro a su amigo-. Vámonos.

Y, tras apurar el ron y asegurarse de que todos habían salido ya, estrelló el vaso, tranquilamente, contra el suelo del bar.




Amanecía.



9 comentarios:

Anónimo dijo...

precioso relato al igual q preciosa es la manga y todas las noches de verano q he pasado alli.
al leer lo q escribes he puesto cara a tus personajes y tb lugares, e, incluso, he imaginado otro final de la historia. otro final en el q la más guapa del mediterraneo no se queda con el chuloputas si no con el chico (al cual considero algo inseguro) q le ayudaria a encontrar el corazon q buscaba.
lo siento, pero me gustan los finales felices....
un saludo de una chica muy "maja" y con un nombre muy bonito =)

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

:) No es inseguro: es un aprendiz de hombre / Los finales felices son menos verosímiles, me temo / Tu nombre es muy bonico, sí, pero también un problema, jejej

(Quién sabe, lo mismo el chuloputas no era tal. Lo mismo hasta la hizo feliz... esa noche, digo :D)

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

...¿Que qué haríamos sin recuerdos? Pues vivir más tranquios, seguro ;) Me congratulan tus palabras, Yecly, yo también te quiero, pero he de decir que todo parecido con la realidá es pura coincidencia: es todo una situación de cariz universal. La verdá que no sé qué cara le pones tú a ése que dice ah, déjame yo sólo quiero bebeeeer jejej

Anónimo dijo...

No Yecli, no es una en concreto, son años de Migueltoncico ya sea en la Manga, en el Metropolis, en el A Tope... tú tomándote el cubatrón tan tranquilo a ver que pasa (probablemente lo que pasará es que acabarás entornao pero weno...) y de repente ves a "él" con cara de gilipollas, piensas "ya está éste otra vez" y te suelta algo como "la insoportable levedad del ser" cuando esta inspirado o un "todas me aman" cuando no lo está tanto, jeje y en aquella época no se atrevía luego ya se le pasó la poca vergüenza que tenía y fue aún peor...

En fins... buenos tiempos, bonita historia miguelton, mala para leerla un día de resaca que me pongo más sensible XD.

PD: El de "yo solo quiero beber" no quien es, pero el de las gafas diciendo "que pijo miras" me juego un valentín con cocacola a que sé quien es, como si lo estuviera viendo.

Miguel A. Ortega Lucas dijo...

Jajajaj Cómo te pasas, Per, lo de "todas me aman" es algo que prescribió en el año 2000, o antes

Sí, si te juegas el valentín con cocacola ganas fijo, jaja

Anónimo dijo...

Valentín = Ballantines para los amigos, no se que esperabas que bebiera yo Yecli, con las edades que tenemos no estamos pa hacer experimentos

Anónimo dijo...

A ver: ¿disjockey? ¿Quien ha escrito esto? ¿Un hombre de 40 años acordándose de sus guateques? En fin...

Por lo menos, en la ficción podría terminar bien,no? Aunque no sea verosímil. Cabrón, como tú sí las llevas al huerto...

Y si pretendes recochinearme que eres más fiestero que yo con tu post en mi flo, vas listo pequeño. Si tú hubieras jugado un partido de padel, huebieras currado y huebieras dado un laaaaargo paseo, ni siquiera hubieras aguantado la primera cerveza y lo sabes. Así que nada de hundir mi reputación de crápula

En cualquier caso, bienvenido al mundo de los vivos!

Anónimo dijo...

Los finales felices no se corresponden con la realidad, por eso nunca me han gustado.
En la vida las cosas nunca terminan bien, ni siquiera para el macizo del bar que dejó los anabolizantes y se ha puesto gordo y fofo.
Ella, después de mucho tiempo, se mira al espejo y descubre que ya no es la misma.
Apuesto por el protagonista, creo que es el que mejor ha resistido al paso de los años. Si gano, Cardhu con hielo, por favor.

Besos con sal.

Rodolfo Serrano dijo...

Precioso cuento y maravilloso blog. Me has captado como visitante.
Un abrazo