Septiembre
Esta ciudad –ahora caigo- tiene las mismas pulsiones del mar, de una mujer caprichosa: hay días grises en que se levanta encrespada, con mil cuchillos en la acera que afilan quienes no te miran, quienes cuelgan anuncios de alquileres imposibles de pagar; otros días son luminosos, a toda vela en el azul, olor a sal en la Gran Vía, pero aun así también puede intuirse, a veces, el temporal que desatará tu jefe, o esa llamada que esperas a tientas, al atracar la noche, y que sabes no llegará. Esta ciudad también se tiende, a veces, a media tarde; se siente abordo la acera en calma, y entonces la reverberación del sol en los adoquines revela la conversación en un café de dos jóvenes que acaban de conocerse casualmente: ella tropezó con él, la falda a barlovento, y él le propuso una tregua, mujer, a dónde vas con tanta prisa. Quizá no vuelvan a verse, porque esta ciudad también tiene la misma mitología romántica del mar, y también su mismo desengaño por quienes la conocen a fondo: si te descuidas, si no estás pendiente de la luz, del viento, de la posición, un temporal traidor te arrastrará a la soledad como a los pies de un acantilado lleno de rocas. Lo saben bien los piratas bereberes que te venden un disco de Sabina en la Puerta del Sol por un doblón; los colegiales que empiezan el curso con la emoción a punto y el contador a cero. También esa mujer madura que acaba de dejar a su amante tras un verano de ron y fuego, sabiendo que Septiembre borra al llegar todos los mapas. Y esa pareja de adolescentes tardíos que se han vuelto a encontrar en la facultad, después de tanto, avistándose como dos barcos fantasmas en la lejanía. Ella ha dicho adiós por última vez, y él se ha puesto a escribir en la biblioteca, por consolarse, pasando mucho de los exámenes y de las sirenas varadas del otoño. Hay quien reza por una buena pesca en la Bolsa; quien comienza nueva vida en un ático con vistas a Buenaesperanza; quien ha vuelto a los bares con patente de corso para cualquier nuevo desengaño. En la plaza de Ópera, los jubilados miran con los mismos ojos de los marineros de Cabo de Palos.
Al menos el concierto.
ResponderEliminarmaldite ciude...
ResponderEliminarJairo y tu deberías haceros cronistas de viajes, que os complementais muy bien. ¿Has visto lo que ha escrito él de Seúl?
ResponderEliminarY cuidadito con lo que dices de Madrid, pichí.