domingo, 30 de noviembre de 2014

La plaza, el misterio, la belleza


Llorando, pues mi llanto es mi homenaje;
mi llanto es un blasón y es un regreso.
Este llanto mendigo es un mal beso
que te envío al partir el largo viaje.


Llorando, pues combato así el ultraje
del olvido, con tu recuerdo impreso
a fuego en cada lágrima, ileso,
sellándome en la cara mi equipaje.


Con este llanto voy, con él te vienes;
con él venero la memoria viva
de lo que fue verdad y fue certeza:


el temblor de tu voz en dos andenes;
mi corazón en cueros, noche arriba;
la plaza, el misterio, la belleza.

B., diciembre '08



domingo, 16 de noviembre de 2014

Despedida


Sé valiente, le decía, tú
sé valiente


te querrán con miedo
para poder hacerte esclavo,
te querrán esclavo para hacerte libre
y así poder comprarte

te pegarán sin motivo
harán que sufras sin motivo
para que su odio no esté solo

encenderán antorchas
besarán sus ídolos
irán a buscarte a medianoche


te necesitarán traidor y hereje
para dar de beber a su horca



Sé valiente,
le decía –ya muy lejos–, tú
sé valiente



(Las golondrinas hilaban un trono de siglos)



viernes, 7 de noviembre de 2014

Antonio Gala: la infinita correspondencia




Vivir compromete siempre; vivir a fondo, manchándose las manos y los ojos y la voluntad, compromete absolutamente, “hasta las últimas habitaciones de la sangre”. Para esa rara estirpe de los verdaderos artistas, aquellos que conciben su oficio como un veredicto, no una ocupación, como un destino y no una posibilidad, como devoción y no como excusa para desfilar en los escaparates de lo fatuo, tal cosa es una fatalidad: tal compromiso no es algo buscado ni deseado ni mucho menos autoimpuesto; se da con aire inevitable en su obra igual que el corte hace sangre, como comparecen a su hora el llanto o la risa. No porque tengan que comprometerse, no porque alguien lo haya decretado o toque agitar la banderita de este mes, sino porque el verdadero artista vive y crea absolutamente, y jamás puede quedar fuera de ese absoluto el centro mismo de su vida y el de todos los que la comparten con él, fatalmente, menesterosamente; para bien y para mal. [Sigue leyendo en FronteraD]

domingo, 2 de noviembre de 2014

Pintada, no vacía



Pintada, no vacía:
pintada está mi casa.

Del color de las grandes pasiones y desgracias. Del negro suntuoso de los cuervos. Del camino blanco y curvo de mi corazón a pie. Del blanco y negro de alguna fotografía del corazón en que reza un hombre, a lo lejos en el norte, ante una legión de tumbas vacías.

Dejadme la esperanza

Hay un pueblo silencioso y blanco y quieto en el corazón, con jardín derruido pero de pie, con sol y pájaros de mediodía en el acorde unánime de noviembre y el silencio. Es el eco nupcial de lo extinguido. Es el luto de vencejos en la piedra.
Es la piedra fresca y limpia
donde meditan los muertos su silencio

Pero habla. Es una reunión soleada que no dejará de hablarse nunca. Susurran los ancianos en su parla y parla y en cada recodo del inmenso panteón del aire azul, como en un patio. Hablan, de puerta a puerta, en el pueblo blanco y mudo del corazón, como el rumor indescifrable de los pájaros

(Por alguna calle pasa un niño; ríe y corre, corre y ríe; ya no pasa más)

Allí al sol; y en el umbral de alguna conversación adolescente que se olvidó como se olvidaron todas. Absortos, todos, en su atareada costumbre de morir. En cualquier recodo del corazón los encuentro esta noche, esta mañana, esta mañana que es ahora, y ya no sé cuántos me están hablando –ni lo que me están diciendo ahora

Hay un ejército velando cada día una mañana de sol desvaneciéndose
(Venga, Miguelillo, que hace sol)
Pero quién me despierta, cuándo; quién vuelve ahora de la calle en el crujir de la cerradura, la tos en el bastón, y la sorpresa de cuento

Para que esté llena de flores, yo la recuerdo también; las recuerdo a ellas también en el jardín, arrodillándome

Hay un pueblo clamoroso y mudo, de amistad y llanto, en el pueblo del corazón que nunca acaba. Es una amistad dentro de mí mismo. Un animal que duerme aquí. El soldado más noble de su estirpe en su cosecha de canas y su espada; el hermano pequeño y doble con su espada de madera, de su mano

(No saben que ya no existen y qué importa:
juntos vamos, los dos; los dos solicos)

Pintada, no vacía:
pintada está mi casa


De los difuntos que hay en el corazón,
Capitán