domingo, 26 de julio de 2009

'No' (el oscuro pasajero)

“Llega a ser quien eres”, aconsejó Goethe alguna vez, conciso, profundo, brutalmente lúcido. Llega a ser quien eres. Cuántos consiguen tal cosa. Cuántos ni se lo plantean. Cuántos se juegan la vida cada día por conseguirlo. En este juego cotidiano en el que, más o menos, conseguimos convivir, el contrato social nos brinda a la vez un seguro y un conflicto, una rosa y un látigo. Una tensión constante entre el que uno es y el que los demás esperan que seas. Llega a ser quien eres. La Historia con mayúscula podría escribirse perfectamente contando sólo las historias con minúscula de todos los malditos, marginales, proscritos, que lo fueron precisamente por no poder ser quienes querían ser. Quienes eran realmente. Pero cabe preguntarse, cada uno ante su espejo, si se pelea cada día por ganar ese milímetro cotidiano de libertad que nos acerca un poco más a la verdad del fondo de los ojos, a costa de alejarnos de la mirada de los otros. El infierno son los otros, dijo el otro. Pero no: somos nosotros, en todo caso; está aquí dentro. Ese infierno cuya hoguera azotan demasiadas veces ciertos sádicos como la culpa, el remordimiento, el odio contra uno mismo. El miedo. El miedo. Todos tenemos una vida diurna, uniforme, tutelada, en la que tratamos de ser lo que se espera que seamos (y lo que creemos ser según el engañoso guión de nuestra vida hasta la fecha). Pero como malditos, como marginales, como proscritos, vamos escribiendo cada día en la conciencia la biografía nocturna cuyos secretos sólo escuchan la almohada, la soledad, los espejos. Sólo a veces la gritamos. Sólo los más valientes se la escriben en la frente, como un blasón, y hacen del vivir una aventura suicida cuyo precio suele ser la incomprensión, pero cuya victoria es un aullido salvaje de insurgencia que salta todas las tapias, trepa todos los balcones y hace vomitar de vergüenza a los asalariados del Orden, el Terror y la Moral.

Es el oscuro pasajero. Es esa bestia noble y niña que nos araña por dentro y que protesta; que pregunta, como niño que es, inocente y brutal: Por Qué. Por qué sí, y por qué No. Albert Camus escribió que un hombre rebelde “es un hombre que dice no”. García Márquez ha dicho alguna vez que, si algo aprendió con la edad, es “a decir que no cuando es que no”. Quizás crecer signifique eso, y no otra cosa. Quizás crecer sea, al contrario de lo que opinan los cobardes de entrepierna estreñida, conquistar la desobediencia. Decir No. Llegar a ser quien eres. Abrir alguna rendija cuando sea preciso al oscuro pasajero, para que devaste con su ciclón de verdad tantas cosas que se dan por supuestas y que tantas veces no son más que el traje nuevo del rey desnudo. Saltar por encima de la tapia del propio miedo, trepar hasta el balcón que custodian celosamente los miles de ojos que jamás se atrevieron a treparlo, cínicos. Sacar la lengua, reír a carcajadas, enseñar todas las cartas: para ellos su razón, para ti el juego.

“Y en la ocasión primera / besa humilde las llamas horribles de la hoguera”.

domingo, 12 de julio de 2009

Del misterio


Uno de los misterios más hermosos, más insondables, más inquietantemente claros, es ése por el cual conspira la vida contra el orden de las cosas para mantener todo tu tiempo junto. “Lo vivo era lo junto”, escribió Luis Rosales: lo vivo es lo junto. Y la vida es al fin eso que sucede sin darte cuenta y que va reuniendo despacio, poco a poco pero fidelísima, todos los pedazos de tu tiempo, dándole un sentido extraño que ni siquiera puede entenderse pero que consuela, pues en cierta manera parece susurrarte que llevas todo tu camino escrito en los pulsos. “Porque la muerte no interrumpe nada”, escribió también Rosales, suplicante, con fe niña. Y muchas veces la muerte de tantas cosas, que creímos perdidas para siempre, tampoco consiguió interrumpir nada. Puedes estar fregando los platos a media tarde y notar cómo entra desde la ventana del patio de luces un olor súbitamente familiar que no pertenece a esta época, que ni siquiera pertenece a este país, pero que te trae con una clarividencia exactísima otra tarde de hace lustros en la que jugabas al contraluz de la escalera. Quizás sea sugestión, que tienes la cabeza en otra parte, pero a veces, al remontar por la mañana esa avenida llena de nieve hasta hace no mucho, jurarías que respiras a sal, que tras la última esquina verás la playa, y no cualquier playa. Es absurdo, porque estás en el centro de Europa, pero qué es, qué diablos será si no un soplo de brisa que ha recorrido miles de kilómetros desde aquella palmera tatuada de iniciales hasta aquí, sólo para recodarte de dónde vienes, o a dónde debes regresar. Ese sol de las cortinas a las cuatro de la tarde es el mismo de otro lugar que yo sabía. Esta guitarra recuerda sin yo saberlo antiguas melodías, secretas hasta que ella misma me guía los dedos otra vez. Quizá esa mujer sea todas las mujeres pasadas, presentes y futuras. Ah: porque el misterio no tiene por qué obrar sólo sobre lo sucedido, sino también por lo suceder, por los días que vendrán. Y cualquier noche puede asaltarte la imagen exacta de un balcón, una farola, una plaza desierta, mientras lees tumbado en el sofá algo que no tiene absolutamente nada que ver. Es la vida, de nuevo, susurrándote al oído su misterio sordo, intangible, pero diáfano como un oráculo. No hay más destino que el que uno quiera creerse, pero qué significan esas voces remotas de futuro, esas imágenes de leyenda como las ilustraciones de un cuento infantil que parecen ir a cumplirse una por una. “Sólo el misterio nos hace vivir, sólo el misterio”, sentenció Lorca, irrebatible. Pablo Neruda seguiría la misma senda del misterio para llegar a la poesía: “…pero desde una calle me llamaba, / desde las ramas de la noche, / de pronto entre los otros, / entre fuegos violentos / o regresando solo, / allí estaba sin rostro / y me tocaba”.

Aquí está la vida, sin rostro, tocándonos la cara. Reuniéndonos todo lo perdido, y todo lo que no hemos perdido aún, en un mismo instante. Haciéndonos entender que llevamos todo nuestro tiempo en un abrazo, y que poco importan este frío, esta lluvia, para poseer en un olor de brisa todos los veranos del mundo.