Ya sé, ya lo sé, no hace falta que me lo recordéis. Que esto va en serio, que nadie nos dijo que fuera a ser fácil; que ya dejaron de contarnos todos los cuentos hace mucho tiempo y hace mucho tiempo ya que crían polvo en los últimos baúles de la sangre, el caballo cojo, el dragón muy viudo; el castillo de la niebla desahuciado, solo de siglos, en silencio. Ya sé, ya lo sé: pero cansa. Me diréis que ya han pasado diez inviernos y diez más. Me diréis que ya hemos jugado mucho y hemos sangrado mucho en las rodillas. Me diréis que ya volvimos muchas veces, muy pequeños, siguiendo las miguitas del sol a ningún sitio; quizás César abrazándome, abrazándome César me diga que
ya nos hemos sentado
mucho a la mesa, con la amargura de un niño
que a medianoche, llora de hambre, desvelado
Y bien: “hasta cuándo estaremos esperando lo que no se nos debe”. Hasta cuándo “este ventisquero de óxido”. Hasta cuándo esta pizarra de tan lejos y este cuaderno lleno de lobos y este pasar de curso repitiendo sin embargo repitiendo siempre la misma asignatura. Me tratan de loco los adultos. Me ignoran de viejo los más niños. Me decís vosotros: esto iba en serio, no iba a ser fácil, ya dejaron de contarnos todos los cuentos.
Y me cansa.
Porque tengo diez inviernos y diez más y cuatro más. Porque ya me contaron todos los cuentos. Pero yo apenas he empezado a contar los míos.